Soplan malos vientos para la energía eólica. Sus activos cayeron tres mil millones en la primera mitad de 2023. La danesa Orsted reconoce pérdidas de 4 mil millones, y Gamesa, la antigua española hoy propiedad de Siemens, va a ser rescatada por el Gobierno alemán. Pero no sólo ellas. Las principales compañías tienen dificultades. Demasiada inversión para poca rentabilidad. Amén de la inflación, los tipos de interés y fallos técnicos ligados a defectos de fabricación, como en el caso de Gamesa, que reconoce problemas con sus turbinas. Las pérdidas de la compañía han llegado a crecer un 400 por ciento. El Gobierno de Berlín le va a inyectar 15.000 millones de euros.
Claro que no son solo Dinamarca o Alemania. En Estados Unidos, energéticas como Equinor han tenido pérdidas por valor de casi 5.000 millones en parques de Nueva York y New Jersey. Pérdidas que amenazan futuras inversiones y pueden poner en peligro el objetivo de Biden de instalar 30 gigavatios de eólica marina la próxima década. Una mezcla de reveses debido al aumento de los costes de las turbinas, los cuellos de botella en la cadena de suministro y las dificultades para conseguir financiación están llevando al sector a la ruina.
La crisis se extiende por otras latitudes. En China, el principal fabricante, Xinjiang Goldwind Science & Technology Co., ha declarado que los beneficios del tercer trimestre se habían desplomado un 98%.
España es una potencia eólica: segundo productor de Europa, tras Alemania, y tercero global, con 1.123 parques en 807 municipios y más de 20.000 aerogeneradores: el 20 por ciento del consumo eléctrico nacional y 22.500 empleos. La eólica supone una aportación de 1.028 millones de euros anuales al PIB español. Por eso la crisis del sector es particularmente preocupante, al estar en riesgo parte de esos empleos.
Otro problema es el ambiental. No ya por los animales que mueren cada día por las palas de los molinos, sino también porque los nuevos aerogeneradores se están rompiendo entre 5 y 7 años cuando deberían durar 20, y además resulta que la basura eólica es muy relevante. Miles de “molinos de viento” están llegando al final de su vida útil. En USA se han descubierto inmensos cementerios de palas de aerogeneradores. Entre el 85 y el 90 por ciento de los materiales de un aerogenerador (acero, hormigón y cobre) son reciclables. El problema es que el diez por ciento restantes corresponde a las palas, que están fabricadas de complicados compuestos de fibra de vidrio. Se pueden enterrar sin que suponga un grave peligro de contaminación, pero llenar el subsuelo de elementos cuyo tiempo de eliminación se desconoce no parece una idea razonable.