Músicas más allá del verano. Por Miguel Ángel Villena

A lo largo del verano las músicas estallan por el país entero. Festivales en multitud de pueblos y ciudades; conciertos de jazz, de folk o de clásica; eventos de grupos de pop en grandes estadios de fútbol; actuaciones más intimistas en iglesias o en palacetes; verbenas y pasacalles de bandas; todo ello inunda las semanas de los cada vez más calurosos estíos con músicas para todos los gustos y todos los públicos. Unas ansias irrefrenables de diversión y fiesta acompañan a los músicos en unas celebraciones antiguas, pero que tras la pandemia han adquirido la categoría de un colosal fenómeno de masas. Arrinconadas durante el verano otras manifestaciones artísticas como el cine, el teatro o el arte, da la impresión de que en torno a la música gira la cultura en julio, agosto y septiembre. De hecho, cualquier ayuntamiento que se precie, grande o pequeño, de derechas o de izquierdas, tirará la casa por la ventana en el capítulo de ferias y fiestas.

Alcaldes y concejales saben muy bien que el tirón de un grupo de pop o unos brillantes castillos de fuegos artificiales suelen dar votos. Así pues, aquello tan clásico de que al pueblo conviene ofrecerle pan y circo sigue funcionando dos milenios después de la caída del Imperio romano. En esa línea, poco interés suscita por parte de los gobernantes, salvo honrosas excepciones, la formación cultural de largo recorrido de sus ciudadanos. Más bien lo que importa es llenar como sea la plaza de toros o el campo de fútbol con miles de furiosos devotos del reguetón.

Pero cuando llega el otoño todo regresa a la aburrida vida cotidiana, vuelve el rico a su riqueza y vuelve el pobre a su pobreza, como cantaba Serrat. Entonces, aquellas masas de las músicas del verano, con sus pulseritas multicolores y sus birras en una mano y los móviles en la otra, han de sentarse de nuevo en la oficina o en las aulas. ¡Qué le vamos a hacer! Tendría que llegar pues el momento de llenar de contenido teatros y auditorios, salas de concierto y galerías. Se trataría, ahora sí, de crear afición por la música, por la cultura en general, más allá de las fiestas del verano. Pero aquí suelen fracasar tanto gestores públicos como privados, más preocupados por la propaganda los primeros y por el bolsillo, los segundos.

Por ello, acabado el estío, languidecen las ofertas de calidad de tal manera que pueblos y pequeñas ciudades ofrecen un desierto cultural sin apenas cines ni teatros ni galerías y con la música de fondo de un muy cansino reguetón que inunda radios, discotecas, redes y plataformas. Hasta que llegue otra vez el calor, la cultura hibernará y las apuestas a largo plazo serán raras excepciones en este país del corto plazo y el ‘pensat i fet’. A propósito de la escasa afición por la música clásica, la violonchelista Helena Poggio, del Cuarteto Quiroga, Premio Nacional de Música en 2018, definió muy bien la situación. «Sin menospreciar ningún otro género musical no puede ser que el monotema pop lo invada todo: salas, discotecas, medios de comunicación y plataformas. Faltan incentivos para atraer a los jóvenes hacia la música clásica para que escuchen más allá del pop».

Pues eso.

 

Artículo publicado en el Periódico de España

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