De Santorini recuerdo la mirada triste de los burritos mientras cargaban a la gente a lo alto de la isla, escalón tras escalón; en total, quinientos ochenta y ocho. También me acuerdo de la belleza mediterránea, en forma de casitas blancas con tejados azules, y los puestos de souvenirs. El crucero nos había dejado allí y disponíamos de unas horas libres para hacer turismo. Yo tenía veinte años y soñaba con habitar alguna de aquellas casas sobre el acantilado, escribir una novela mientras me tomaba una limonada, con gafas de sol y vestido blanco. En unas pocas horas, es posible llevarse los retales de un sueño y poco más. Algo muy brillante y efímero que te gustaría poder paladear con mayor delicadeza.
Hace poco, vi una noticia que informaba de que un concejal de Santorini había pedido a sus habitantes que se confinaran en sus viviendas durante los meses de alta ocupación turística. Asombrada, investigué un poco y descubrí que en la isla se vive una situación insostenible, con colas de hasta treinta minutos para hacerse fotos en miradores. Ocurre algo similar en Mykonos, otra isla griega. Y no son los únicos casos de masificación turística. En España, sin ir más lejos, la vivimos cada año, y es especialmente acusada en los territorios insulares: Canarias y Baleares. En Canarias, más de cincuenta y siete mil personas se manifestaron el pasado veinte de abril para protestar contra el turismo masivo. Las manifestaciones tuvieron lugar en todo el archipiélago. Se exigía la transformación de un modelo turístico que, actualmente, ocasiona graves daños ambientales, laborales y en la vivienda. En la práctica, se pidió limitar el alquiler vacacional y la compra de casas por no residentes, así como imponer una ecotasa turística. Lo cierto es que la sobrecarga de las Islas en determinado período del año es más que evidente, pero incluso en temporada baja se forman grandes atascos para acceder a pueblos de montaña como Teror, en Gran Canaria.
Hace dos años, estuve en el Cabo de Gata y no pude visitar la mitad de las playas que planeaba. Tendría que haber salido a las seis de la mañana para poder acceder a ellas. En Menorca, que se ha puesto de moda desde hace un tiempo, el asunto ha llegado a extremos desasosegantes. A finales de julio, un grupo de doscientas cincuenta personas se manifestó en la popular Cala Turqueta para componer mensajes en la arena: llamadas de atención a las autoridades, ante la alarmante situación de que la isla reciba un treinta por ciento más de coches de los que puede soportar y proliferen los alquileres ilegales. Y en Conil de la Frontera, donde veraneo cada agosto desde hace más de diez años, he podido comprobar en primera persona la rápida masificación que ha venido produciéndose en los últimos veranos en este pueblo, donde hay noches en las que apenas se puede caminar por el centro, y por toda la Costa de la Luz, en general. ¿Qué está pasando?
Cuando era niña, mis padres reservaban los destinos vacacionales unos días antes de salir. Cuando ellos eran jóvenes, lo hacían en el mismo destino. Ahora eso resultaría inconcebible; si hablamos de viajes guiados al extranjero, las propias agencias te obligan a cerrarlos meses antes, y si se trata de viajes más sencillos, esperar al final entraña el riesgo de hallar alquileres más caros, incluso de quedarte sin alojamiento. Pero, aunque nuestra sociedad tiende a la masificación, no cabe duda de que se ha producido un despunte alarmante en los últimos años.
Concretamente, la pandemia de 2020 marcó un antes y un después. Durante meses, se limitaron los viajes y se impusieron restricciones de todo tipo. En muchos pueblos y ciudades con alta ocupación turística se controló el acceso al centro, cerrándolo cuando se llegaba a cierto número de visitantes, igual que una discoteca. La consecuencia fue que, al terminar las restricciones, las cifras de turismo se dispararon, así como los precios. Desde entonces, la tendencia continúa en alza. Es como si todo el mundo estuviera, de repente, desesperado por viajar y vivir experiencias. La pandemia, desde luego, nos cambió.
Es necesario que las autoridades nacionales e internacionales se conciencien de que existe un grave problema y tomen medidas. Si no, las consecuencias podrían ser terribles para el patrimonio cultural y ambiental del planeta, y esas consecuencias ya se empiezan a notar, como refleja el hecho de plantear a los habitantes de un pueblo que no salgan de sus casas. Realmente, parece el argumento de una película de ciencia ficción: algo así como La invasión de los ultracuerpos, con turistas en lugar de extraterrestres.
Un comentario
Por lo pronto, usted y sus padres ya podrían quedarse en casa por vacaciones. Porque no entiendo si lanza una queja por la masificación cuando gente como UD -tal y como se desprende del artículo -llevan visitando lugares turísticos y se quejan cuando un mayor número de personas pueden y quieren hacerlo.