El verano. La estación implica una filosofía, pero que cambia si quien la lee es el primer Camus (el de El verano y Bodas, de vida en la Argelia de la infancia, de fútbol, pobreza y luz, en realidad el Camus de todas las estaciones) o un francés contemporáneo nacido en la isla de La Reunión, capaz de irritar a los suyos y a los otros: Michel Houellebecq, que en sus deslenguadas novelas anticipó nuevas realidades, y que en su última obra, ‘Aniquilación’, ofrece una sismografía para políticos ciegos y abrumados.
¿Con qué autoridad negamos el derecho a viajar a quienes, tras haber ascendido en el escalafón, se aprovechan de viajes a precio tirado, de pisos turísticos, de ofertas todo incluido? Nos gusta vernos como viajeros mientras contemplamos con desdén a los otros, que siempre serán turistas. Denostamos la conversión del mundo en un parque temático, con ciudades amadas como Lisboa hecha franquicia ante la que hacerse selfis como si fuera autorretrato (que también lo son, aunque devastadores). Gracias a eso, alguien se hace de oro, y hay quien sobrevive, aunque muchos camareros hayan de dormir en caravanas porque lo que ganan no les da para alquilar algo decente.
Noelia Ramírez recordaba recientemente a dos fustigadores del viaje: Chesterton, que decía que “empequeñece la mente”, y Emerson, que lo calificaba de “paraíso para idiotas”. Claro que no conviene dejar de arrimar el ascua cervantina: “El andar tierras y comunicar con diversas gentes hace a los hombres discretos”. Yo, que he viajado mucho, tanto por trabajo (guerras y espantos estaban en el menú del día) como por placer (a ser posible en tren, y lento), confieso cierta incomodidad al traer aquí a esos exquisitos que habiendo viajado, y a veces con más comodidades que el común, se permiten el lujo de despreciar al que puede evadirse de su condena pagando para que le sirvan antes de volver a ingresar en la maquinaria de la aniquilación, que es la de la alienación.
¿Es necesario viajar? Cuando la pandemia bajó a tierra a los miles y miles de aviones que ahora surcan los cielos, y se cerró todo, y la naturaleza recobró caminos, y los pájaros tuvieron que afinar su canto para adecuarlo a la cámara de resonancia de la silenciosa realidad, pensamos que tal vez esa corrección nos haría repensar nuestro modo de vida. Esa ansiedad perpetua por llegar antes que nadie a la primera línea de playa, al espectáculo masivo, a las ruinas… Noelia Ramírez citaba a Yun Ko-eun, autora de la novela ‘La turista’. La escritora coreana piensa que vivimos en medio de una “anarquía turística” (el sustantivo no está filosóficamente bien empleado), y que “a partir del instante en que somos turistas nos convertimos en cómplices de un delito contra el medio ambiente”.
Yo he renunciado a los aviones por el maltrato en los aeropuertos y en el interior de los aviones, por las aglomeraciones, enseñar los calcetines (quienes todavía llevan esa prenda arcaica: ahora triunfan chancletas y obscenos juanetes), aflojar el cinturón, mostrar nuestras verdaderas intenciones… para llegar a destinos que consumimos como el agua, con voracidad de langostas. Consciente o inconscientemente aceleramos la muerte del planeta.
La frontera. En las fronteras, en las playas, en los mares, los turistas se cruzan con los inmigrantes, nuestros antepasados o nuestros descendientes. El holandés Hein de Haas ha escrito un libro que creo que quienes tratan de que haya una línea coherente entre lo que piensan y lo que hacen deberían leer: ‘Los mitos de la inmigración’: “plantear los debates sobre migración en términos de apoyo u oposición es como cuestionar o ahuyentar una parte fundamental de lo que somos, en cuanto seres humanos y como sociedades, y de quiénes hemos sido siempre. La migración es algo que ha existido, literalmente, en todas las épocas, y es tan antigua como la humanidad. Las personas siempre se han desplazado. Así pues, abordar la migración en términos de a favor o en contra excluye la comprensión de la naturaleza, las causas y las consecuencias de la migración, entendida como un proceso normal”.
La propuesta política. Viajar menos, leer más, caminar más, pensar más, gastar menos, vivir más despacio. Ser menos turistas.