Tarifa de la utopía a la distopia. Silvia Martín

Erase una vez…
En la orilla de un vasto océano, un pequeño pueblo costero florecía como un paraíso en la Tierra. Los habitantes vivían bendecidos por la naturaleza, cuidando sus playas y preservando la belleza de su entorno, la vida transcurría al ritmo pausado de las mareas, en armonía con el mar y la tierra, en perfecta sintonía con los vientos marinos y el sonido de las olas.

Durante años, este lugar fue un refugio, casi inhóspito, de tranquilidad, donde el tiempo parecía detenerse y el progreso se medía no por las riquezas materiales, sino por la plenitud de la vida misma. El pueblo, unido por la tradición y el amor por su tierra, se sostenía en un delicado equilibrio,.

En la costa, donde el mar solía susurrar historias de tiempos pasados, un día llegaron extraños con promesas de un futuro más brillante. Hablaban de desarrollo, de modernidad, de progreso. Trajeron planos de hoteles y de complejos turísticos que atraerían a multitudes desde tierras lejanas. La especulación se extendió como una sombra, la raza depredadora entró seduciendo a algunos con la ilusión de un progreso rápido y fácil.
con el peso del dinero y la ambición como bandera.
Las primeras obras comenzaron, y con ellas, el mar y la tierra empezaron a cambiar. Las dunas fueron niveladas, las playas se poblaron de hoteles y las antiguas casas de pescadores fueron reemplazadas por placas de AT (Apartamentos turístico).
Donde antes había tranquilidad, ahora había ruido; donde antes había belleza, ahora había hormigón.

El pueblo, antes libre y lleno de vida, se convirtió en un destino turístico masificado, en una caricatura de lo que una vez fue. Los habitantes originales, desplazados por el auge inmobiliario, vieron cómo su hogar se transformaba en una distopía de asfalto.

Y el paraíso dejó de ser paraíso…
Y el pueblo perdió su libertad.