Creo en Dios. Tengo fe. Dios me la dio. La razón quiso quitármela en muchas ocasiones pero no lo consiguió. Más bien me ayudó a continuarla ya que supe, gracias a ella, que la razón tiene límites y hay espacios a los que no llega. Espacios sólo accesibles a la percepción, la intuición y la fé. Esa hermosa e inexplicable locura.
Eduardo Chillida.
Lunes, veintiuno de abril.
Subíamos para la cena por el sendero embarrado. Cada uno con cada quien, cada quien consigo mismo. Mismo, misma, misme, mismv. Valientes, bajo paraguas, algunas mojándonos la cara. Cada copo en su lugar. Nieve en la cumbre, al fondo Gredos. La montaña protectora. Dejábamos atrás lo del domo, lo vivido, lo de antes ya. El pasado y el futuro, la voz de Voa. ¿Cómo es posible que no haya Dios si existe el amanecer, y lo ojos de los niños, y el azul y el amarillo y el viento? Me paro. Luego me digo ¿Cómo no va a existir Dios entre tanto ser divino? Hombres, mujeres, musas, niñas de noventa y nueve años… Grandes mujeres de veinte, la madre que la parió; Pilar confrontando a Víctor, Susana en su vulnerabilidad. Mi querido Antonio, padre, esposo, compañero de caminos; Mila y Manuel, la sonrisa; el trío de Santander y las tres Marías, las Eugenias; Flor, Amanda, Óscar, Sara… La Mora y el Manu -primos-, Pablo, Amparo, Patricia, Alejandro… Yo sé. No caben ni los nombro a todos, y ni falta que hace, ¡ya sé! Benditos seáis, bendecidos. En nuestras tribulaciones, en nuestros gozos; en la transparencia mostrada, en la danza, en el silencio, en el llanto. En el diálogo entre articulación y hueso, entre blandura y esqueleto, en el fuego visceral. Corazón, fontanela, grieta, hendiduras que nos permiten gritar. ¿Quién dijo que todo estaba escrito? ¿En qué parte del camino estás? Aperos, apegos, no insistas.
Humanitos entre cielo y suelo clamando esperanza, ¡ahí lo tienes! Domingo de resurrección. Ella descubriendo la losa. Los pájaros cuando amanece también hacen el amor. Milagro dentro de mi, ¿cómo escribirlo? Milagro, milagro, milagro. Cada vez que me amas. Milagro. No sé pronunciar tus ojos. Ni tu presencia inalterable, ni tu humor, ni tu humildad. Humano por los cuatro costados, Hombre. Amante, brazos, primer bailarín. Compañía. Amado. Pecho sobre el que reposar, sobre el que me quito del medio. Gracias por el viajazo, ¡Aho! Y el brindis, en Robledillo, van tres. Desde el Tríptico en Los Castaños. Adolescencia. De nuevo tres. Ni lo vamos a explicar… ni hace falta que se entienda.
Y así quedó La Lobera, vacía ya de visitantes. Impregnada de nosotros, de nosotras, de nosotres… centinela de los egos de los seres musicales. Guardiana de secretos a voces elevados esta noche al cielo, cada uno en sus lugares, en un coro para siempre ya hilado, bello, infinito, productivo (ay, mi Mora!), impenetrable… como Voa y su Voarte… y estas palabras de aMor… que hoy sólo son homenaje.
Que este lunes estés bien. Y que hoy sea un día bueno. Namaste
Pd.- Lola, si es de color azul, da igual donde encuentres la taza…
El primer día de la semana, María la Magdalena fue al sepulcro al amanecer, cuando aún estaba oscuro, y vio la losa quitada del sepulcro. Echó a correr y fue donde estaban Simón Pedro y el otro discípulo, a quien Jesús amaba, y les dijo:
«Se han llevado del sepulcro al Señor y no sabemos dónde lo han puesto».
Salieron Pedro y el otro discípulo camino del sepulcro. Los dos corrían juntos, pero el otro discípulo corría más que Pedro; se adelantó y llegó primero al sepulcro; e, inclinándose, vio los lienzos tendidos; pero no entró.
Llegó también Simón Pedro detrás de él y entró en el sepulcro: vio los lienzos tendidos y el sudario con que le habían cubierto la cabeza, no con los lienzos, sino enrollado en un sitio aparte.
Entonces entró también el otro discípulo, el que había llegado primero al sepulcro; vio y creyó. Pues hasta entonces no habían entendido la Escritura: que él había de resucitar de entre los muertos.
Juan 20, 1-9
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