Greenpeace ha lanzado una seria advertencia sobre el futuro de las playas andaluzas, con especial atención a Tarifa, que figura entre los puntos más amenazados por el avance del mar. La organización ecologista denuncia que el desarrollo urbanístico vinculado al turismo, junto al cambio climático, está acelerando la degradación del litoral.
En su informe ‘Destrucción a toda costa 2025’, Greenpeace señala que la gestión actual del litoral andaluz ignora los efectos del cambio climático: subida del nivel del mar, aumento de la temperatura del agua, erosión costera, fenómenos meteorológicos extremos o pérdida de biodiversidad ya son realidades palpables en zonas como Tarifa, Cádiz o Málaga.
Las previsiones apuntan a que, de no aplicarse medidas urgentes, el mar podría ganar más de 20 metros de terreno hacia el interior en Andalucía para 2050, afectando gravemente a las provincias de Huelva, Cádiz y Málaga.
Tarifa, junto a municipios como Conil, Barbate o Chiclana, figura en el listado de zonas que sufrirán un retroceso «muy alto» de la línea de costa, con pérdidas de entre 12 y 16 metros. Esta regresión se suma a la saturación turística y a la construcción de nuevas plazas hoteleras que, según Greenpeace, continúan aprobándose incluso en espacios naturales sensibles.
Elvira Jiménez, coordinadora de campañas de la organización, critica la inacción de la Junta de Andalucía, que «sigue apostando por un modelo turístico insostenible y obsoleto mientras los ecosistemas costeros, que nos protegen de los efectos climáticos, están al límite».
Además, Greenpeace alerta de que el urbanismo descontrolado, favorecido por reformas legislativas autonómicas que han flexibilizado los controles ambientales, está reactivando el «ladrillo» en toda la costa, incluyendo proyectos en Tarifa y en otros puntos emblemáticos como el Parque Natural de Cabo de Gata-Níjar o la Costa del Sol.
La organización ecologista reclama un cambio urgente en la política litoral, priorizando la adaptación y mitigación ante el cambio climático para frenar el retroceso de las playas, que, con una reducción moderada de emisiones, podría limitarse en un 40% a nivel mundial.