Tarifa arde… y no solo el monte. Por Alberto López

El martes, Tarifa ardió. Las llamas devoraron hectáreas de monte, pero también arrasaron algo mucho más profundo: hogares, historias, vida.

Mientras los titulares se centran en las consecuencias para el turismo —ese motor que parece ser lo único que importa—, nadie habla de quienes lo han perdido todo. Casas reducidas a cenizas, familias rotas por la pérdida, vecinos que hoy no tienen un techo, ni siquiera un rincón al que volver. No hay cifras oficiales para el dolor.

Y aún más silencioso es el lamento de aquellos que no tienen voz. ¿Cuántos animales quedaron atrapados entre el fuego? ¿Cuánta fauna silvestre murió calcinada sin que nadie lo mencione? El monte, ese que muchos amábamos recorrer, que era parte de nuestra identidad, ha sido reducido a una sombra negra.

No se trata de minimizar la importancia del turismo, sino de recordar que Tarifa no es solo un destino, es un hogar. Un hogar que hoy está herido, y que duele. Que grita. Que llora. Que necesita algo más que estadísticas y previsiones para el puente de agosto. Necesita aprender de sus errores.

El monte necesitará décadas para sanar, si es que lo consigue. Las familias necesitarán tiempo, apoyo, y memoria. Porque lo peor que puede pasar es que se olvide. Que las llamas hayan borrado no solo casas, sino también la verdad.

Hoy más que nunca, Tarifa necesita mirarse con otros ojos. Con los ojos del alma. Con los ojos de quien entiende que perder un hogar, un animal, un paisaje, no puede ni debe pesar menos que perder una reserva en agosto. Foto Infoca Tarifa

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