Es la foto del día. Cuando cae la tarde y el viento amaina, Tarifa cambia el ritmo. Las calles se visten de luz y el invierno, siempre breve en el sur, se llena de destellos que invitan a detenerse. La iluminación navideña vuelve a ser el hilo invisible que cose plazas, avenidas y rincones del casco histórico, transformando lo cotidiano en algo ligeramente mágico.
No es solo una cuestión de bombillas. Es la sensación de hogar compartido. Las luces dibujan arcos sobre las calles, acompañan los paseos sin prisa y devuelven al centro ese murmullo cálido de encuentros, compras pequeñas, saludos que se repiten cada diciembre. Tarifa se reconoce a sí misma en ese gesto sencillo de encenderse para los demás.
La Navidad aquí no necesita excesos. Basta con la piedra antigua reflejando la luz, con una plaza que brilla un poco más, con el contraste entre el frío suave de la noche y el calor que nace de las miradas. Las luces no tapan la ciudad: la subrayan. La respetan. La abrazan.
Esta imagen —una calle iluminada, tranquila, viva— resume el espíritu de estos días. Es la foto del día porque habla de lo que somos cuando bajamos el paso y levantamos la vista. Tarifa, una vez más, demuestra que la Navidad no se impone: se enciende poco a poco, y se queda.















