Palabras de aMor en lunes. Por María Eugenia Manzano

Lunes último de febrero.
Han florecido los almendros.
A veces pasa que me gusta muchísimo una canción que casi nadie ha escuchado todavía. La pongo en bucle, subo el volumen, me la bailo, la interpreto en el salón. Luego la envío a algunos amigos, a Víctor casi siempre con vídeo, a Elsa, a Los Ratones, a Chus… y la añado a mi lista del año, porque así, dentro de unas semanas, de unos meses o en medio de un viaje cualquiera, la canción aparecerá y me devolverá a aquel momento en el que la descubrí, a las ideas que se me ocurrieron con ella, al poema que quise escribir pero sobre todo, a lo que esa canción que adoro hizo correr por mi cuerpo. La memoria vive agazapada en las piernas, en la pelvis, en el pecho y la vergüencita no. Por eso, lo más seguro, es que vuelva a cantarla a gritos.
Otras veces lo que pasa es que la canción se hace famosa y entonces aparece en el «insta», en las fiestas, en la casa del amigo que jamás llegó a escucharla cuando tú la enviaste al grupo pero ahora se ha convertido en fan, y no dejan de ponerla en la radio. Es como si de repente eso inequívocamente hermoso perdiera su nota de exclusividad para llegar a todos los rincones del planeta y pudiera impregnar con su belleza hasta al ser más mezquino del mundo. Y tú sabes que ha dejado de ser tu canción, tu hallazgo, tu piedra preciosa para convertirse en un temazo y tienes que soltar lo de «especial», aunque te joda, y disimular que te alegras y que eres buenísima soltando porque los años de terapia han hecho ya su trabajo, y que tu ego está desinflado. Pero te jode.
Lo que pasa con las canciones pasa también con alguna gente, con algunos lugares, con ciertas experiencias. El paso del tiempo las transforma, puede que para hacerlas virales, pero una siempre podrá decidir conservarlas tal y como las conoció, tal y como aparecieron entre la maleza, así como las vivió. Y algunas veces, no siempre, ocurre que algún destello matiza la imagen borrosa, la foto envejecida o aquella tarde frente al Estrecho, y la misma corriente de antaño vuelve a recorrer tu cuerpo.
Es entonces cuando agarras el micro y la cantas otra vez. Y que nadie te interrumpa ahora porque es que la canción es tuya, es que la has escrito tú, y subes al escenario ya no sólo con tus miserias sino también con las del resto, y antes de la ovación final, en medio de los aplausos, te lanzas sobre el público fervoroso y mandas a la mierda al desapego.

Los almendros
La Tania y Yerai Cortés
En la lejanía
En la lejanía
Me dio por recordarte
Y el corazón me dolía
Y pa’ que no te duela
Casi siempre te miento
Y cuando río por fuera, por fuera
Lloro por dentro
Y dicen que no es época
De que florezcan los almendros
Y dicen que no es época
De que florezcan los almendros
Desde que me ha dicho que viene, viene
Están floreciendo
Están floreciendo
Están floreciendo
Por si no lo sabías
Si no lo sabías
Hasta el día en que me muera
Yo por ti v’y a dar mi vida
Y es que llevo tus ojos
Clavaítos en los míos
Y no paro de verte
Por donde quiera que miro
Me he enamora’o (a ver)
De unos ojitos negros
Que me han mira’o
Y dicen que no es época
De que florezcan los almendros
Y dicen que no es época
De que florezcan los almendros
Desde que me ha dicho que viene, viene
Están floreciendo
Están floreciendo
Están floreciendo
Están floreciendo
Están floreciendo
Están floreciendo
Están floreciendo
Están floreciendo
Están floreciendo

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