LA FOTO DEL DÍA: Caminar descalzo por la orilla de Los Lances es una experiencia tan simple como profundamente terapéutica. Los pies se hunden en la arena húmeda, acariciados por el ir y venir de las olas, mientras el cuerpo se sincroniza con el ritmo del mar. Llevar cascos es una aberración. En bajamar, la playa se abre como una avenida infinita de arena y agua, un escenario siempre cambiante en el que cada día ofrece un detalle distinto: hoy fue una medusa y también había algunas azuladas, las portuguesas..
Ese contacto directo con la tierra y el mar calma la mente, libera tensiones y despierta la curiosidad infantil de observar lo que aparece en cada paseo. Es como una meditación en movimiento, donde la brisa, la espuma y el horizonte invitan a estar plenamente presente. Y si la caminata se hace al atardecer, el espectáculo se vuelve aún más mágico: el cielo se tiñe de colores cálidos, la luz se refleja en la superficie del agua y la sensación de paz se multiplica.
Caminar descalzo aquí no es solo ejercicio, es un ritual de conexión con la naturaleza y con uno mismo, una experiencia que renueva por dentro y por fuera.