En Estados Unidos todo ha cambiado desde que un gobierno de fanáticos reaccionarios y oligarcas de la tecnología ha declarado la guerra a las libertades civiles de un país que siempre se ha jactado de defenderlas. Uno de los blancos más notorios de los ataques ha sido lo que en Estados Unidos se llama free speech: la libertad de expresión.
Cuando el vicepresidente de los EEUU, J. D. Vance, dice que la amenaza que le preocupa en Europa no es Rusia ni China, sino haber abandonado la libertad de expresión, está haciendo exactamente eso: confundirnos sobre lo que significan las palabras, recurriendo a la desorientación como estrategia de desposesión y control.
Debemos estar muy atentos a cómo se vacían las ideas que hasta ahora nos permitían encontrar una base estable sobre la cual construir nuestras opiniones, generar consensos o tomar decisiones informadas. La misma idea de libertad de expresión se vacía cuando se utiliza para defender el odio o la desinformación, cuando se invoca para justificar la propagación de noticias falsas, racistas o autoritarias. Lo sabía Goebbels y lo sabe Elon Musk.
La libertad de expresión se convierte en escudo para la impunidad discursiva, enfrentándola a la crítica, y generando una falsa equivalencia entre crítica y represión. Si todo es libertad de expresión, cualquier esfuerzo por regular la desinformación, la propaganda o el discurso del odio solo puede ser censura. Así es como se debilitan los marcos democráticos de protección de los derechos fundamentales. Ciertamente, si me hubieran dicho que esto ocurriría en los EEUU, la tierra de la Primera Enmienda, no habría dado crédito. Pero en esa estamos.
Estos días, el escritor Juan Gabriel Vázquez nos recordaba en la prensa las “Seis propuestas para el próximo milenio”, que Ítalo Calvino ideó como parte de unas conferencias que debía haber pronunciado en Harvard, pero que debido a su muerte el 19 de septiembre de 1985, no completó.
Las Seis propuestas son un prodigio de erudición e inteligencia, y están escritas con gracia, una virtud que no se aprende ni puede enseñarse. En la presentación que escribió Calvino hay un párrafo breve que justifica las conferencias. “El milenio que está por terminar”, se lee, “vio nacer y expandirse las lenguas modernas de Occidente y las literaturas que han explorado las posibilidades expresivas, cognoscitivas e imaginativas de esas lenguas. Ha sido también el milenio del libro; ha visto cómo el objeto libro adquiría la forma que nos es familiar. La señal de que el milenio está por concluir tal vez sea la frecuencia con que nos interrogamos sobre la suerte de la literatura y del libro en la era tecnológica llamada postindustrial”.
Quince años antes del fin del milenio, Calvino carecía de los medios, la información y los conocimientos necesarios para aventurar siquiera lo que nos ha ocurrido, y es casi conmovedor sentir en sus palabras la ignorancia de lo que la “era tecnológica llamada postindustrial” acabó significando. Pero Calvino añade que no quiere aventurarse en previsiones de este tipo. “Mi fe en el futuro de la literatura”, dice, “consiste en saber que hay cosas que sólo la literatura, con sus medios específicos, puede dar”.
Después de que Calvino escribiera estas consideraciones, la muerte de la literatura y del libro se ha declarado varias veces; pero ahí siguen. Y, sin embargo, la pregunta es si lo que ha enfermado no es más bien ese sistema de libertades que asociamos con el libro porque el libro nos ayudó a conquistarlas. Por supuesto, la libertad de expresión es una de ellas, aunque ahora no se pueda expresar libremente.
Ítalo Calvino no alcanzó a ver el milenio de las redes sociales y su impacto nefasto, el milenio de millonarios infantiloides con motosierras en la mano, el milenio del culto que les dedican los imbéciles de medio mundo, el milenio de libertades que se van deshaciendo ante nuestra impotencia o con la complicidad de muchos. No hubiera podido imaginar las formas en que una serie de revoluciones tecnológicas se han convertido en contrarrevoluciones humanistas, guerras abiertas contra las lentas conquistas del milenio precedente, todo disfrazado de defensa de esas conquistas. Es imposible saber dónde acabará todo esto, pero asoma con frecuencia una palabra, resistencia, y eso es lo único que puede postergar el desconsuelo que tenemos ahora.