Nuestro cuerpo. Por Ángel Luis Jiménez.

Debemos escuchar a nuestro cuerpo para envejecer bien. Partiendo de la observación del propio cuerpo, o a través del arte y otros medios, descubriremos de forma sencilla las maravillas que lo componen. Porque todas y cada una de sus partes son un prodigio de su azarosa evolución.
Según el paleontólogo Juan Luis Arsuaga, “somos la única especie, hasta donde él conoce, que es capaz de relacionar las pisadas con el animal que las produce. Y el hecho mismo de señalar apuntando con el dedo para hacer que los demás miren donde apuntamos (y no al dedo) es un comportamiento exclusivamente humano que no sabemos cuándo apareció”.
Esta capacidad simbólica y la vinculación de la causa con el efecto son las mismas que podemos hallar en el Edipo de Sófocles o en El asno de oro de Apuleyo. Y también las que sustentarán el conocimiento científico. Son los frutos de esa virtud inductiva, que Arsuaga atribuye al neandertal.
Pero, el cuerpo humano está más allá de las palabras, más allá del embrujo de nuestras narraciones. Los seres humanos tenemos un conflicto esencial entre nuestro yo, el alma, la conciencia o como quiera llamarlo cada cual, y este amasijo orgánico de células que nos sostiene.
No es fácil a veces llevarnos bien con nuestro cuerpo, ya sea próximo o extraño. Las sociedades cristianas pretenden solucionar el conflicto castigando la carne (cilicios, ayunos, penitencias), mientras que otras culturas intentan vaciar el yo y potenciar el cuerpo por medio de otras diversas disciplinas.
En cualquier caso, me parece un conflicto irresoluble. Por ejemplo, ¿Cómo perdonarle a nuestro cuerpo habernos hecho feo o fea? ¿O el más enclenque y bajito en una familia de hermanos gigantones? Todo esto parece risible y hasta leve, pero en realidad nuestro cuerpo nos hace sufrir mucho.
Por eso, no seré yo quien diga cómo tenemos que reaccionar ante un diagnóstico que resulte devastador para nuestro cuerpo y nuestra vida, pero es que, ante un shock semejante, la gente actúa no como debe, sino como puede. Y esa actitud siempre debe respetarse porque no es culpa nuestra.
También hay gente que se siente avergonzada de estar enferma. Como si el cuerpo fuera un enemigo y nos estuviera ganando. Los médicos saben bien que abundan los enfermos que no van a consulta hasta que ya es demasiado tarde porque los síntomas les resultan humillantes o no les gusta.
Así que aquí estamos todos, quien más y quien menos, teniendo algún contencioso con nuestro propio cuerpo. Y, sin embargo, hemos nacido con él, hemos crecido estrechamente ligados a él y, en realidad, percibimos una verdad impensable, en realidad somos él.
Todavía nadie sabe bien cómo se forma la conciencia, pero sin duda tiene que ver con los procesos sinápticos, con las conexiones químicas y eléctricas de las neuronas, que, por cierto, no están sólo en el cerebro. Y, sin embargo, no dejamos de percibir esta disociación, esta especie de encierro dentro de la envoltura de la carne, esa otredad del extraño que nos posee. Tal vez la pérdida del paraíso fue justamente eso: el nacimiento del yo…

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