Hoy, el primer lunes de agosto, mis palabras de A M O R más que nunca se convierten en relato. Lo escribí hace un par de años.
Te invito a parar en él y me atrevo a pedir tu atención.
Yo respiro.
Atesoro la belleza del primer amor, de ese beso que dimos sin saber besar. Hay vínculos inquebrantables que siempre serán de otro tiempo. Imposible emponzoñarse con el paso de los años.
Hoy elevo mis palabras y en un llanto inconsolable la copa que aquel día no alzamos.
Por la cándida adolescencia.
Por la primera piel, por la sangre que corrió por nuestras venas mezclándose con otra sangre.
Por la pureza.
Por un A M O R inocente que aún no había aprendido a hablar. Aunque quieran los adultos, no hay corazón erudito.
Por ti, mi amor, por nosotros.
Por ese espacio sagrado que tendrás para siempre en mi alma y porque me acompañaste a aprender a querer hasta las trancas, sin miedo, sin pudor, sin filtros, imprudente, insolente, a mordiscos.
Silencio.
Y que ni el viento lo toque. Porque tiene pena de muerte el viento si lo toca.
Que este lunes sea bueno.
Que tú estés bien.
Tiempo sin horas
María Eugenia Manzano Sánchez
Querido L:
Yo leía a Cortázar sin tregua el día que te conocí. Lo leía con egoísmo, con avaricia, como si la Maga fuera yo y se me fuera a morir a mí Rocamadeur entre los brazos. O como si alguien, tal vez tú, fuera a aparecer en mi vida para jugar conmigo al cíclope y dibujarme la boca con sus dedos. Algunas tardes de ahora, cuando la enfermera me pide que sume de seis en seis y el resultado se me olvida, eso lo recuerdo perfecto. Era el capítulo siete de Rayuela y tú te llamabas L.
Consigo incorporarme en la cama. Trato de ir sola al baño, sin ayuda ni andador. Sé que me estoy haciendo vieja pero es que aquí muchas veces nos tratan como a los ancianos. A través de las cortinas entra ya la claridad y sin respetar las normas de día me apoyo contra la ventana y miro desde este lado lo que cuando estaba ahí fuera aprendí a contemplar: el baile de las torcaces, la danza de las palomas, el coro de las picazas. Flor me enseñó a las picazas. Solía escribir sobre ellas y sobre sus collares blancos, con varios nudos de perlas. Y como dan las ocho en punto empiezan a sonar campanas y yo me vuelvo a la cama tan rápido como puedo. No soporto que me riñan.
¿Sabes, L, por qué te escribo?
El lunes después de la siesta no sabía dónde estaba. Creo que dormí demasiado, les dije a los enfermeros, y algo del aterrizaje. Nuestro vuelo del DF había sufrido retraso y tú estabas ocupado en la cinta de maletas o eso imaginaba yo. Porque en el informe me han puesto «pérdida de memoria grave» y «global transitoria» después. Y me han pedido que escriba, que redacte lo que sueño o de lo que me acuerde bien.
Y dirás tú «¿y yo qué pinto?» Pues ya ves, L. No es sólo lo que te sueño. Tu imagen es casi lo único que está intacto en mi memoria, lo demás se va y se viene y a ratos se difumina. Pero tú has pervivido ahí. Y si no te he escrito antes es porque me conmueve y salen las palabras tristes. Y luego ya no se secan.
Ahora, como se me olvida luego, puedo llorar lo que quiera.
«Si recordar es pasar otra vez por el corazón, yo siempre te he recordado.» Lo leí en algún libro y lo anoté para ti. Yo siempre te he recordado.
Aunque no cuento con mucho espacio en la habitación pude traer mis cuadernos. Tal vez sea lo que me salva. Poder releer mis diarios, mensajes tuyos, tus cartas… o Palabras de amor en lunes, ¿te acuerdas? Me sirven de compañía.
Oigo a la doctora y lo escondo. A ella no le importa mi vida. Sólo cuida de mi muerte, del tramo final, de mi ausencia y lo hace bastante bien. Y además no creo que entendiera que a quien escribo es a ti. «¿L?» se preguntaría e iría a ver mi historial para comprobar que no hay eles en el nombre de mis hijos ni empiezan así mis hermanos ni alguno de mis maridos… y el diagnóstico sufriría por culpa de las iniciales.
Tengo que desayunar.
Me visto, bajo despacio, saludo al señor Carlo Conti. «Preciosa, me dice, buongiorno». «Andiamo querido», le digo y los dos nos guiñamos un ojo en una especie de juego, que es nuestra pequeña consigna. Cuando yo a veces no acierto el orden del abecedario en ese ejercicio absurdo de decirlo del revés, es Carlo el que siempre me chiva. Por eso con él sí comparto mis cuadernos clandestinos y le hablo, L, de ti. Espero que lo comprendas.
Dicen que la adolescencia transcurre entre amigos, amores, decepciones y sorpresas. A parte de todo eso, la mía transcurrió contigo. Y no necesito memoria para saber lo que digo porque al nombrarte yo siento la piel en el corazón de gallina y me lo noto en los brazos. Carlo también me lo nota. Creo que le gusto, no sé, pero se me olvida enseguida y no me importa casi nada.
Tú, sin embargo, L, tú fuiste mi amor primero y eres el que me queda. Siempre he soñado contigo. Y ya sé que en un buen texto no caben el siempre ni el nunca ni el nada. Pero tú y yo nos lo dimos todo. No puedo escribirlo de otra forma.
Ahora me tengo que ir.
Te envío un abrazo inmenso en un tiempo ya sin horas, desde este espacio vacío.
Mañana te escribiré otra vez.