Lunes, 9 de diciembre.
Tres (eran las que) caminaban continuamente
con el Señor:
su madre, María, la hermana de ésta
y Magdalena,
a quien se designa como su compañera [koinonós].
María es, en efecto, su hermana,
su madre y su compañera.
Ev Felipe, 59, 6-11
Busco palabras adecuadas porque no es una fecha cualquiera. Como parece que no aparecen, dejo que se den las que llegan. Cincuenta. Mañana. Cincuenta. Qué delicioso momento, me escribe Víctor, para celebrar las doradas experiencias, para honrar lo tanto vivido. Y a mí se me queda clavaíto. Honrar lo que hasta aquí me trae, sin revisión del pasado, sin anhelo de futuro. Mañana es un adverbio de tiempo, me regala Javier Enrich, de la mano de Serrat. Yo digo gracias. Y digo gracias, gracias, gracias, mirando tras la ventana la mañana lluviosa de hoy, y anticipándome a mis cincuenta escribo.
Ser, celebro, haber nacido. A mi padre y a mi madre, que lo permitieron, de la forma que mejor sabían. Si hoy soy, es gracias a ellos.
Amar, celebro, haber amado; ser amada, haberlo sido. Expandir mi corazón y la contracción necesaria. Sístole y diástole, sístole y diástole… Celebro a la niña que fui. Algún día creceré, seré una mujer maravillosa, dice la canción que escucho. Pues bien, aquí estoy. Con la mirada más amplia, el pecho más abierto, los pies más firmes en el suelo. Soy tierra y soy tallo, raíz inalterable, nido de mis dos hijos. Soy unos brazos al viento. Aliento. La hoja verde y la florecilla blanca que ví aquel día frente al Estrecho, en Los Baños de la Luz. La vulnerabilidad más frágil, un velo. Un granito chiquitito de la arena de la playa. El océano inmenso.
Celebro a cada persona que se ha cruzado en mi vida. A veces más cerca, a veces más lejos. Gracias por el mensaje. Gracias a los mensajeros. Sin vosotros, imposible. Todo ha sido necesario. Dejad que os reúna hoy. Que os convoque sin nombraros, en una habitación privada, donde yo pueda estar en el centro, con un vestido transparente, y me veáis tal como soy. Se acabó el disfraz de buzo. Y en el comedor del fondo, todos mis amantes, todos, formarán un círculo de luz donde bailaré para ellos con un traje de lunares rojos y un mantón bordado de flecos. Que todos los que estéis hoy aquí os alegréis de haber venido.
Celebro a mi hermano de sangre, te quiero. Celebro a mi hermano del cielo, ahora lo comprendo mejor. A todas mis hermanas, gracias. Con vosotras no voy sola. He aprendido a confiar. Ahora sé pedir ayuda. Soy amparo y soy piedad, y el miedo a entregarme sin trabas. Soy María, soy Eugenia, Magdala bendita, Yeshúa; la unión con el todo, una piel, un hábito de monja, un espasmo, el gozo de respirar. Un orgasmo sin confín. Soy el derramamiento. Soy una mujer que llora y que lame sus heridas con saliva de la boca con la que besará después. Soy la mujer que se postra. La página cotidiana en blanco. Una plegaria.
En la danza más sagrada, hoy celebro haber parido. Soy la madre de Lucía y Manuel. Y aquí sí, aquí me rindo. Beso la tierra que piso, alabanza. Vísceras, venas, entrañas. Yo no grito, yo me desgarro por dentro. Yo no rezo ante un altar, yo golpeo con los puños el suelo hasta que se despiertan los muertos; y sin una palabra de más, elevo mi oración con ellos.
¿Qué quién soy yo? Miradme ahora. Soy la zíngara, la bailaora. La que lo que vino a hacer a este mundo lo deja hecho, y hoy puede descansar en su obra. Soy belleza y soy dulzura, deseo. Resistencia y rigidez. Flexible. Línea curva, soy mis rizos. Libertad en canal, puente tendido. y el agua de estos cincuenta en su cauce y su caudal. Agua que no se desborda.
Y soy la contención de después.
Madre, hermana, compañera.
Amén. Amen. Por aMor. Gracias.
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Trátase aquí de otro tipo de conocimiento como si dijéramos profético o visionario que no es una exclusividad de las mujeres, pero que ciertamente pertenece a la dimensión femenina, angélica u «oriental» del conocimiento humano. Al Enseñador le interrogan a este propósito. ¿Cuál es el órgano de la visión? ¿Con qué «ojos» puede contemplar Miriam de Magdala al Resucitado? Sus respuestas son tajantes. El Resucitado no es visible a los ojos de la carne ni a los del psyqué (alma) en el sentido ordinario; no puede hablarse de alucinación ni de un fantasma, tampoco se trata de una visión espiritual. Es una visión propia del noûs, dimensión a menudo olvidada por nuestras antropologías. Para los antiguos el noûs era la «quintaesencia del alma» que da acceso a ese mundo intermedio entre lo sensible y lo inteligible: el mundo imaginal descrito por Henry Corbin.
Un mundo intermedio, entre el mundo empírico y el entendimiento abstracto, el mundo de la imagen o representación, un mundo tal real como el de los sentidos y el intelecto; un mundo que requiere una particular facultad de percepción, con una función cognitiva y un valor noético tan reales como los de la percepción sensible y la intuición intelectual. Esta facultad es el poder imaginativo, que hemos de cuidar no confundir con la imaginación ni con la fantasía productora de lo imaginario.
Si Dios vive y quiere comunicarse, será necesaria una mediación entre Dios y el ser humano, entre lo visible y lo invisible, entre el mundo de los cuerpos materiales y el de los espíritus inmateriales. En ese mundo intermedio, «imaginal», se sitúan los encuentros de Miriam con el Resucitado. «Señor, te veo hoy en esta aparición.» Él respondió: «Bienaventurada tú, que no te turbas al verme.» (Mr, 10, 12-15).
He aquí un campo inexplorado por las filosofías contemporáneas, que aún oscilan entre las metafísicas de Ser (Heidegger) y las de la Alteridad (Lévinas). La tarea del próximo siglo consistirá sin duda en desarrollar ese concepto de Abierto o Intermedio. La renovación del pensamiento en las fuentes de los escritos neotestamentarios pasará por una rehabilitación de la imaginación creadora. En efecto, la imaginación creadora es así llamada no por metáfora o espíritu de ficción, sino en su pleno sentido: la imaginación crea, es de por sí la creación universal. Toda realidad es «imaginal» porque puede presentarse como realidad. Hablar del mundo imaginal no es otra cosa que meditar una metafísica del Ser donde sujeto y objeto nacen juntos del mismo acto creador.
«El amante divino es Espíritu sin cuerpo.
El amante físico es cuerpo sin espíritu.
El amante espiritual posee Espíritu y cuerpo.» (Ibn Arabi, citado por Henry Corbin)
El Evangelio de María. Myriam de Magdala
Jean Yves Leloup
4 comentarios
Que Dios te de otros cincuenta más (por lo menos)para seguir tu gran obra en esta vida
Que sigas con ese AMOR para los que te rodean
Dios te bendiga
Madre mía, así sea.
Precioso escrito sigue publicado 👌
Sigue cumpliendo para seguir soñando,amando,agradeciendo.
Cincuenta y…pisando fuerte!!!