Último lunes del año. Fin de fiesta, 22. De entre todo lo vivido, en medio de tu tsunami, serás parte de mi historia como el año de Lucía. De la hija a la que parí hace dieciocho años y a quien escribí esta carta unos días antes de su graduación. Reverencia. Me has mostrado la lección más admirable y más pura que jamás pude imaginar.
Gracias 22 y gracias a ti, mi niña.
Hasta que me alcance la vista, seguiré siempre tus pasos.
Va por ti, con tu permiso.
Namaste.
A mi hija Lucía
(Abril 2022)
Amor mío:
Si hoy pudiera decir algo ¡ay, si pudiera hoy! sobre lo que yo te conté primero, cuando supe que estabas ahí, bien hundida entre mis carnes, apenas recién prendida, podría empezar esta carta. Al estilo de un Cortázar sin tregua escribiría que ya te quise porque la sangre me llamó a quererte pero eso nunca será lo primero que te dije porque ¡ay, Lucía! créeme, el amor verdadero es indecible.
Creo que tal vez por eso yo te canté lo primero. ( “A, A, A, para mamá… E, E, E, para correr…, El ratón vaquero (ya se ve, ya se ve) y La vida es un carnaval, que las penas se van cantando”…) Después, cuando descubrí tu nombre, vino Serrat con “Lucía” y voló mi canción para ti.
Conociste mis secretos, incluso mejor que yo, porque no se accede a los sueños, ni a los miedos de una, ni a los anhelos más que desde las entrañas y eso ya lo verás tú misma, no puedo enseñártelo ahora, pero lo que quiero decir, Lucía, es que en esos meses dentro tú me lo cambiaste todo. Me hiciste madre ¡ay, Lucía!. Tú no sabes lo que es eso.
ReLOVEucionaste mi vida.
Si tratara de explicar de qué manera naciste diré que con los ojos enormes y la boca muy abierta y que eras igual que mi abuela. Mi madre en medio y luego yo, y ahora tú, linaje ancestral. Perteneces a una estirpe de mujeres poderosas que a veces despierta celos, profunda admiración, también miedo, y como eso ya lo sabes yo sólo puedo pedirte que no te asustes ni te escondas a pesar del desengaño, de la crítica que vendrá, de la desconfianza de algunos, de la envidia… de la traición que estará acechando a la vuelta de la esquina y que te pillará indefensa. Tú no te escondas.
Supiste hablar antes que andar, no corras.
No aceptes dogmas ni juicios. Cultiva tu curiosidad, tu inquietud. Defiende tu libertad como yo te he visto hacerlo y haz legítima tu voz propia.
Escucha con atención aunque no te guste el mensaje y trata de parar a veces antes de usar la palabra. Hazlo de forma consciente pero no dejes nunca de hacerlo. Es parte de tu luz, Lucía, igual que lo es tu intuición, tu torrente de belleza, tu mirada limpia y amplia y te alumbrará en tu búsqueda.
Admiro tu madurez, tu aplomo. El amor con el que hablas de tu hermano. Tu arrojo en cada salto que das cuando te subes a un caballo y tu entrega desmedida a “las Potras», a “las Mopas” y también al entregar a Gala. Las lágrimas emocionadas de tu décimo sexto cumpleaños. Admiro tu forma de bailar, sobre todo tu perreo, tu desnudez impúdica, tu cuerpo y tu cariño puro hacia mí.
Admiro tu corazón inocente, intacto, a pesar de haberse quebrado como el tallo de un gladiolo del ramo con el que me casé el día en que tu padre y yo nos divorciamos. Si pudiera volver atrás cambiaría algunas cosas, pero ¡Dios, no puedo! Lo hice lo mejor que supe. Perdóname por el dolor alguna vez. Por cada discusión, por mi ausencia en ese preciso instante en que ya ni siquiera podía sostenerme yo de pie. Te juro que lo he intentado y aunque no me he perdonado del todo al menos he aprendido a aceptarlo.
Tanto que quiero decirte…
Tú naciste perdonada, que nunca jamás se te olvide; la culpa no aporta nada. Aléjala cuanto antes y en lugar de reprocharte trata de aprender del daño que tus gestos o tus palabras provocan en otras almas para no repetirlo más. Vengo de una generación a la que imprimieron la culpa a fuerza de golpe en el pecho y tú puedes ahorrarte esa herida igual que su cicatriz. Aléjate también de esas personas que inoculan su veneno. Sé que estarán camufladas y no te será fácil verlas, pero antes de que lo destilen trata de alejarte deprisa. Se emponzoñarán ellas mismas y aunque puede que te seduzca a veces el deseo de presenciarlo, ¡ay cariño! creéme, ojalá no llegues a verlo. El espectáculo es espeluznante.
Si pudiera cambiar unas horas el cuerpo en el que tú habitas por el que ahora habito yo para hacer que tú pasaras un rato por mi cabeza, por mi corazón latente, por mis venas verías que es posible salir de todos los baches ¡ay, mi Lu! Dolorida, magullada, maltrecha, no siempre más feliz y tampoco siempre más sabia; unas veces fortalecida y otras deshecha en pedazos; algunas inerte, borrosa, cegada por la luz del final del túnel en el que bajo toneladas de piedras habrás estado sepultada y del que al fin conseguirás salir. Y sales.
Si pudiera prestarte mis armas, las que yo he descubierto, las que me han dejado, las que he adquirido y me sirven para apartar la maleza; si pudiera secar tu tristeza, tu angustia, tus decepciones, los amigos que dejarán de serlo, la mentira y la envidia, el dolor… me convertiría en una esponja gigante y absorbería todo eso porque yo ya sé qué hacer con ello. Pero me temo que no puedo.
No basta con mi experiencia, ni con mi apoyo incondicional, ni con mi protección sobredimensionada, ni con mi A M O R por ti sobre todo porque sólo tú encontrarás la respuesta y para eso te tocará bajar al barro y ganar y perder tus batallas, llorar de miedo, chillar de rabia; enamorarte una vez y otra más y otra vez más y otra y otra mientras mis ojos alarmados querrán correr a salvarte y tendrán que irse acostumbrado tan sólo a verte volver.
“Unidas por el alma”, ¿recuerdas?
Velaré siempre por ti.
No puedo dejarte mi mapa ni mi brújula ni el GPS porque has de construirlo tú y encontrar tu sureste y tu norte, tu vereda, tu monte, tu playa y perderte muchas veces. Y yo sólo mirar, ya lo sé. Prometo que estoy en ello. Con la boca más cerrada y la lengua entre los dientes mientras te veo tropezar mil veces. Creo que estaré siempre en ello. ¡Ay, mi niña! Lo hago lo mejor que puedo.
No quería darte consejos porque sé que, al fin y al cabo, son sólo una expresión de nostalgia y aquí me tienes, ya ves. Ten un poco de paciencia y deja que te muestre al menos alguna indiscutible verdad:
Usa protección solar. Protege tu piel, tu cabello, no descuides tus rodillas y mira a menudo este vídeo.
Nunca dejes de bailar. Baila encima de la cama, frente al espejo del baño, haz twerking, salsea, perrea. ¡Ay, Lu! Baila y salta. Salta mucho. Es físicamente imposible saltar y enfadarse a la vez. Pruébalo y ya me dirás. No obstante, tú sigue bailando, no pares.
Y disfruta de tu cuerpo.
Aprovéchalo de todas formas. Es el mejor instrumento que tendrás toda tu vida y cuando llegues a los cuarenta sabrás de lo que te hablo. Trátalo con cariño, date mimos. Respétate siempre y respeta. Concédete los permisos, siente placer. Goza.
Recuerda que no es necesario tomar decisiones rápidas y que tomes las que tomes no serán inalterables. Las personas más sabias que conozco no saben qué harán con su vida después de los cincuenta años.
Que el sentido del humor te salvará en los momentos más duros y aún más, puede que en el último abismo sea tu único aliado. Así que ríe. Encuentra algo –una palabra absurda, un chiste, un meme, un tik tok, una frase de tu hermano– que te haga reír en cualquier caso y deja a un lado el turbodrama. ¡Que no es pá tanto!
Trata de equilibrar tu esfuerzo con lo que te sea amable y sencillo, sin confundir eso mismo con empeño o sacrificio, que llevan sangre y sudor. Atesora tus talentos y no fuerces las circunstancias. Elige, entre los posibles, el camino que tiene corazón y confía en él. Fluye.
Practica la gratitud como arma de invasión masiva, como una granada de mano. Hazlo de forma egoísta, sólo depende de ti. ¡Y a las barricadas del A M O R!
Si hoy puedo decirte algo es que yo no sé qué hubiera hecho para llegar hasta aquí, ¡ay, mi Lu! como has llegado tú, entre tanta amistad virtual, tanto ruido y tanta prisa, sin perder de vista lo esencial y que me siento orgullosa.
Que aquí se acaba una etapa y empieza tu educación. Tu educación de verdad, tu andadura y que sea lo que sea lo que hagas mantengas tu esencia intacta y tu corazón abierto. Aprende por aprender, sólo por el placer de hacerlo y eleva tu mirada.
Si alguna vez puedes, que podrás, lee a David Foster Wallace (si no lo lees no pasa nada pero si lo haces verás cuánto pasará) y recuérdate a ti misma una y otra vez que “Esto es agua”
Y ojalá yo pueda verlo.
Estoy aquí para ti.
Te quiero.
Un comentario
Esto me parece una preciosidad, una emocionante maravilla.