Menos, es más. Por: Ángel Luis Jiménez

El capitalismo es un sistema voraz. Siempre quiere más. Su exigencia de expansión perpetua está devastando el mundo. Y la única solución que pueda conducir a un cambio significativo e inmediato es el decrecimiento, pero pensar en decrecer para vivir mejor suena casi a anatema.

Esta tesis a contracorriente, la de decrecer para prosperar y vivir mejor, está defendida por Jason Hickel (1982) en su último libro “Menos es más”. Este antropólogo económico estadounidense cree que el mundo solo tiene una solución para frenar la policrisis a la que se enfrenta: frenar, repensar prioridades y restablecer el equilibrio, si pretendemos seguir existiendo

Según Hickel, la obsesión por el crecimiento, con el PIB como su becerro de oro, convierte en una quimera la lucha contra el cambio climático, que no será posible si no reducimos o recortamos en primer lugar las emisiones a los ricos de sus aviones y cruceros. Pero quien le pone el cascabel al gato.

Las principales causas del bienestar humano, elegidas democráticamente, son tener acceso a una sanidad pública, a una educación pública y a una seguridad económica a través de una renta básica universal. Son las cosas que importan de verdad y para lograrlo no hace falta crecer, ni renunciar al progreso.

Jason Hickel también ha tratado la desigualdad en un libro anterior, The Divide (2017), donde habla de reducir el poder de compra de los ricos. Y las dos políticas que ayudarían son: aumentar el impuesto a la riqueza y establecer una ratio entre ingresos máximos y mínimos. De 10 a 1, o de 5 a 1…

En un mundo donde tenemos que reducir emisiones, para que todos logremos beneficios debemos reducírselas primero a los ricos. Pero los políticos sólo intentan trasladar el coste a los pobres. Los chalecos amarillos son un ejemplo.

Del decrecimiento como una posibilidad, dice Hickel, ya se hablaba por los movimientos anticolonialistas de los años treinta, aunque entonces no se le llamaba decrecimiento. Pedían un movimiento económico que no necesitara de un crecimiento perpetuo y, por tanto, del colonialismo.

La palabra decrecimiento surgió en el año 2009 de la mano de la economía ecológica. Ahora, la crisis económica se ha acelerado y la idea ha ido ganando atractivo. Se ha hecho evidente que los países ricos no podrán descarbonizarse con la rapidez necesaria para cumplir los Acuerdos de París.

Por eso, es esencial que los sectores menos necesarios reduzcan su tamaño: empresas de cruceros, moda rápida, macrogranjas, alquiler de yates… Así reduciríamos la demanda energética. Debemos elegir qué sectores queremos que se reduzcan. Tenemos que atrevernos a pensar de otra forma.

Y en vez de pensar en el PIB como indicador del crecimiento económico, deberíamos valorar otros objetivos sociales y ecológicos, como la vivienda, la reducción de la desigualdad, la mejora de la calidad del suelo, la reducción de la extracción de agua…

Hay investigaciones empíricas que demuestran que a la mayoría de las personas les importa el futuro y quieren compartir la Tierra con las siguientes generaciones. Sólo a una pequeña proporción, alrededor del 25%, no les importa el futuro.

Cuesta imaginar un decrecimiento global sin China, aunque las naciones ricas usen mucha más energía “per capita”, por eso son esenciales los acuerdos internacionales. Hay ya movimientos en este sentido. Por ejemplo, el tratado de no proliferación de combustibles fósiles, que está sobre la mesa y promueve la reducción del uso de estos combustibles. Muchos países lo apoyan.

España, entre otros países, debe tirar también del carro, porque va a perder 1,3 millones de hectáreas de grano y otros cultivos por la sequía. Las proyecciones climáticas son terribles para nuestro país. Ya deberíamos estar movilizando a la UE para que se adopten acuerdos y evitar este futuro distópico.

Ahora mismo se están aprobando normas que suponen un cambio respecto a la etapa neoliberal: medidas para reducir el coste de la vivienda, impuesto a la banca y a las empresas energéticas… Parece que estamos entrando en un punto de inflexión. Muchos mitos y certidumbres están empezando a caer, la gente empieza a desear un mundo distinto, con potencial revolucionario.

Es difícil afirmar hacia dónde nos va a llevar el futuro, pero debemos oponernos a los males de nuestra sociedad y a afrontar el mundo en el que vivimos. Todo dependerá, por supuesto, de cuán fuertes sean los movimientos sociales que estén por el cambio. Porque cuando tengamos más poder de decisión lograremos más equidad.

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