En cierta medida todos somos ignorantes, pues cada nuevo descubrimiento revela algo que no sabíamos antes. También porque generación tras generación unos saberes reemplazan a otros. Aunque la humanidad, en su conjunto, nunca ha sabido más.
Desde los años noventa del siglo pasado está floreciendo un nuevo tipo de historia, la historia del conocimiento o, mejor dicho, la historia de los distintos tipos de conocimiento, de los saberes en plural. También unos pocos de historiadores ya están escribiendo sobre la ignorancia.
Uno de ellos es Peter Burke, que en su libro “Ignorancia. Una historia global” (Alianza), revela los distintos modos que pueden tener los historiadores para abordar el estudio de la ignorancia, exhibiendo, de manera clara y precisa, la forma en la que nuevos conocimientos revelan la ausencia o pérdida de otros.
Burke se pregunta qué fuentes hay para la historia de lo que no existe. Una respuesta posible es emplear un enfoque retrospectivo: cada nuevo descubrimiento revela algo que no sabíamos antes, así ocurrió con el descubrimiento de América. Sócrates, decía: “Solo es sabio quien sabe que no sabe, no quien se engaña creyendo saber e ignora su propia ignorancia”.
Un segundo método es fijarse en las consecuencias de la ignorancia, muchas veces desastrosas, como deja claro la historia económica, la política y la militar, o la de las epidemias como el covid-19. Precisamos saber lo que no sabemos porque puede evitar desastres como los de esa pandemia. Merkel decía “Hay que invertir mucho en educación porque los ignorantes nos salen muy caros”.
La covid-19 no es más que el ejemplo más reciente de una serie de epidemias entre las que estuvieron la peste bubónica, el cólera y la llamada “gripe española”. En todos los casos, cuando estalló la epidemia, nadie sabía de dónde venía, cómo se propagaba, ni cómo luchar contra ella, y eso hizo que se perdieran muchas vidas.
En el caso de la economía y la política, ha habido muchos ejemplos de ignorancia, tanto entre los responsables de la toma de decisiones -basta recordar a los presidentes Trump y Bolsonaro- como entre las personas corrientes cuando ejercen de votantes, consumidores o inversores. La ignorancia es un activo para las dictaduras y un pasivo para las democracias.
Los gobernantes, ya sean democráticos o autocráticos, no suelen tener la formación necesaria para el puesto. La mayoría de ellos tienen escasos conocimientos de finanzas, así ocurrió con Franco o Felipe II, pero el primero nunca lo reconoció y el segundo, sí. La ignorancia no es solo individual. La ignorancia de las organizaciones ha sido siempre una fuerza histórica muy poderosa y, a medida que las organizaciones son más grandes, ese poder aumenta.
En una organización grande y jerarquizada, la información no circula con facilidad. Los dirigentes saben cosas que sus subordinados ignoran, pero estos también saben cosas que los jefes desconocen. El sistema jerárquico supone un gran obstáculo para la comunicación. La historia está llena de ejemplos de encargados o funcionarios reacios a decirles a sus jefes lo que necesitan, pero no quieren saber.
¿Quién podía decirle a Stalin que las cosas no habían ido según lo planeado? Por ejemplo, que los planes quinquenales no funcionaban. También esa ignorancia organizativa la sufren otras instituciones como el ejército y la Iglesia, pero desconozco si algún historiador o sociólogo ha estudiado este fenómeno.
La historia militar proporciona ejemplos especialmente claros de las consecuencias de la ignorancia. En medio de la llamada “niebla de guerra”, probablemente los líderes de ambos bandos no tengan en cuenta el tamaño, la posición, ni los recursos del ejército enemigo. “El que es menos ignorante es el que gana”, lo dice Sun Tsu en El arte de la guerra.
La combinación de ignorancia y arrogancia tiene consecuencias fatales. Es frecuente que los soldados profesionales minusvaloren al enemigo cuando este está compuesto sobre todo por aficionados, por guerrilleros, y ese sentimiento de superioridad ha desembocado muchas veces en derrotas: así les ocurrió a los franceses en Indochina y a los americanos en Vietnam.
Hay muchos tipos de ignorancia: el simple desconocimiento, la conciencia de no saber, la voluntad de no saber y el deseo de que los demás no sepan. Muchos tipos de ignorancia tienen consecuencias negativas, pero no siempre. Montaigne se preguntaba si los campesinos analfabetos no tenían una vida más feliz que los caballeros cultos como él.
Finalmente, Burke en su libro se pregunta si sabemos más o menos que nuestros antepasados. Su respuesta tiene dos supuestos. Si hablamos de la humanidad en su conjunto, dice que nunca se ha sabido más que hoy. Ahora bien, las personas, una por una, saben más o menos lo mismo que sus antepasados. Como decía Einstein “todos somos ignorantes, solo que en temas diferentes”.