Pasa el tiempo y lo que iba a ser la inminente firma del acuerdo con Gibraltar se ve ahora frenado por el periodo electoral que afronta el Reino Unido y que culminará con la cita en las urnas de los británicos el día 4 de julio.
Todo apunta a que los laboristas volverán a ocupar la sede del Gobierno de Su Majestad en el número 10 de Downing Street. No se puede decir que Fabian Picardo no haya tenido un buen aliado hasta el momento en Londres, pero si se cumplen las previsiones, el Partido Laborista (el mismo partido que gobierna en Gibraltar) será quien retome las riendas de la negociación y habrá que ver con qué ánimo lo hace.
Tampoco tranquiliza demasiado el hecho de que el ministro principal de Gibraltar vaya aireando su tajante negativa a cuestiones como permitir la presencia de agentes de la Policía Nacional en las entradas y salidas de puerto y aeropuerto, que, una vez desaparecida la verja, pasarían a ser controles fronterizos Schengen. Una cuestión que, además, Picardo no deja ahí, sino que va un paso más allá poniendo a los trabajadores españoles como rehenes: “la alternativa a un tratado es la plena aplicación del código fronterizo Schengen, con todas las enormes dificultades que eso implicaría”. O sea, que se niega a aceptar las directrices europeas sobre la circulación de personas, pero en el caso de que el acuerdo que él quiere no se alcance, aplicará esa misma norma con todo rigor. Algo parecido ocurre con asuntos fiscales, sobre los cuales Picardo ha asegurado que “Gibraltar nunca tendrá los mismos tipos impositivos que España”. Ni que decir tiene que esa nueva negativa redunda en beneficio de los intereses de la colonia británica. Se hace muy difícil negociar con quien defiende que lo suyo es innegociable.
No piensen que estas reflexiones me llevan a ser pesimista en cuanto a la posibilidad de alcanzar un acuerdo que satisfaga a todas las partes. No me canso de repetirlo: acuerdo, sí; cualquier acuerdo, no. Sigo siendo un firme defensor de establecer medidas conjuntas que satisfagan a todos, y creo que esa meta no es imposible.
Pero, decía, pasa el tiempo y los problemas derivados del Brexit en nuestra comarca continúan exactamente igual que el primer día. Por lo tanto, en tanto continúen paralizadas las negociaciones, retomemos aquellas propuestas que, a falta de un documento que vincule a las partes, entiéndase el acuerdo, se habían planteado para paliar los perjuicios causado por la salida del Reino Unido de la disciplina de la Unión Europea. Repaso algunos titulares sacados de la propia web de La Moncloa que nos recuerdan aquel Plan para el Campo de Gibraltar, dotado con “más de 900 millones de euros” y que implicaban hasta a diez departamentos ministeriales y cuyo cumplimiento ha sido nulo. O aquellos memorandos de entendimiento sobre derechos de los ciudadanos, tabaco, medio ambiente y cooperación policial y aduanera a los se sumaría un Acuerdo Internacional sobre Fiscalidad.
Se trata de continuar dando pasos hacia adelante y no permitir que siga pasando el tiempo sin la esperanza de que ese bien común que todos deseamos reciba un impulso por parte de quienes tienen la responsabilidad de hacerlo posible.
Hace unos días decía Picardo en una entrevista algo así como que su pretensión era trabajar para sentirse orgulloso de que los sones del “Himno a la Alegría”, emblema de la UE, volviesen a sonar en Gibraltar, pero, con todas esas trabas a la negociación resulta evidente que lo que quiere es que sea la Unión Europea la que baile al son que le marque Gibraltar y eso, a estas alturas, no lo vamos a permitir.
José Ignacio Landaluce Calleja