Palabras de aMor en lunes. Por María Eugenia Manzano

Lunes, 12 de agosto
El verano continúa. Despacio, calmo, contento… un verano en toda regla.
Tomo el sol leyendo un libro sin nada más que hacer. No. Un libro no. Un libro sería poco libro cuando me estoy refiriendo a Hamnet. Leer a Maggie O’Farrell es ir a otra dimensión.
A la vez, desde la arena, voy Camino del artista de la mano de Juanjo Albert, navegando Bioenergética. El riesgo de indagar sin pudor es que una se descubre en bolas al mirarse en un espejo, a veces emborronado, del que no es posible huir. Y ahí es, têt à têt, donde tocaría echarle huevos, pero en medio del verano y de mis casi cincuenta, me basta un soplo de aliento para limpiar el vidrio con vaho. O un poquito de saliva.
Lo quiero todo más simple.
Más quieto y con menos vaivén. Igual que las noches en Béjar jugando a la palabrita. O las siestas de las que una despierta por su propio ronquido. Y la lentitud del calor.
Así quiero hacerme vieja. Más despacio, coño, más tierna. Y más verde también, ¿quién no? Sin esfuerzo, sin tacones. Los viajes, sin billete de avión. Y agosto sin prisa y sin gente. Al menos hasta la noche del 15. Nos queda la última vuelta.
Quien no tenga pueblo, que se lo eche.
Y que siga la fiesta.
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Las hileras de manzanas se mueven botan, dan saltos en las baldas. Cada manzana está centrada en un surco hecho a propósito en los estantes de madera que forran las paredes de esta pequeña despensa.
Bote, bote, salto, salto.
Algo las está moviendo. Una vez y otra y otra más y más y más, de un lado a otro, a golpecitos, con insistencia.
(…)
La cernícala está en la percha, con la capucha puesta pero alerta, siempre alerta. Gira la cabeza desde el collarín de plumas moteadas buscando el origen de ese ruido repetitivo que distrae. Su oído, tan fino, (…) registra lo siguiente: algo empuja una veintena de manzanas, las jalea, las agita en su surco. Respiración cada vez más rápida de mamíferos de un tamaño excesivo para estimularle el interés o el apetito. El cuenco de una mano que se posa suavemente sobre músculo y hueso. El chasquido resbaladizo de una lengua contra unos dientes. Dos capas de tela de textura diferente que se mueven una contra otra en sentido inverso.
Las manzanas se están danto la vuelta. Aparecen los rabitos por un lado, los cálices miran hacia el otro, vuelven a su sitio, luego se mueven hacia arriba, después hacia abajo. La frecuencia de los golpecitos varía: más pausada, más lenta, más rápida y vuelta a empezar.
Agnes ha doblado las rodillas, separadas como las alas de una mariposa. (…) No se parece a nada que haya vivido antes. Le recuerda a una mano al ponerse un guante, a un cordero que se desliza, mojado, de las entrañas de una oveja, a un hacha al rajar un tronco, a una llave que gira en una cerradura engrasada. ¿Cómo es posible, se pregunta, mirando al preceptor a la cara, que una cosa encaje tan bien, con tanta precisión, con esta sensación de acierto?
Las manzanas, fuera de su alcance, giran y botan en el surco.
Maggie O’Farrell, Hamnet

Un comentario

  1. Leo el esperado lunes de amor justo cuando el verano toca fin
    Leo en Béjar días distintos
    Pero llenos de novedades
    En el pueblo donde me llevó el destino ha empezado a llover
    Y la temperatura bajó
    A ver cuánto nos dura este bienestar
    Y para rematar me comeré una manzana de las de tu tierra
    Riquísima

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