Lunes, 4 de noviembre.
Escribo dana en un guasap para quedar con mi hija y llevar entre las dos agua, leche y pañales a un punto de recogida, y sale daña. Daña. Y mucho. Daña como daña la portada del Libération, «Las muertes evitables», o como las imágenes, los audios, lo devastador de los caudales sin cauce; como el mar sin playa. Todos vivimos al borde del abismo pero no lo sabemos.
La humanidad compartida cruza los puentes valencianos desde que amanece. La inteligencia, artificial o no, siempre necesitará el calor del corazón. Personas ayudando a personas, el pueblo salvando al pueblo. No hay límites. Adolescentes, miles, chavales que cargan cubos, escobas, mantas. Hombres y mujeres movidos por amor. Por amor, sí, por amor y compasión ante la fragilidad del instante, mientras los políticos (cualquier calificativo que ponga resultará tan obvio) se pelean en vez de agacharse y ponerse a achicar agua. Acaso son otra raza.
Hoy bajará la marea, amainará el viento, amanecerá otro día, seguiremos vivos. Tal vez no nos detendremos, o sí, porque el luto esta vez nos toca demasiado cerca, y la catástrofe, a menos kilómetros, siempre golpea más fuerte. Podríamos haber sido cualquiera, diremos, mientras seguimos en piloto automático. O no. Ojalá no. Ojalá sirva. A cada quien en lo suyo, en la solidaridad, en la posibilidad de dar ayuda, gratitud, ternura, en relativizar tantas cosas. Que sirva para ofrecer hoy también lo mejor de nosotros mismos, sencilla contribución, porque nos necesitamos. Y en momentos como este, más que nunca.
Por eso, estas palabras de aMor, que elegí y grabé días antes de la daña. Un granito de sensibilidad. Un ápice de belleza. (Escritas por una mujer valenciana).
Escribo dana en un guasap para quedar con mi hija y llevar entre las dos agua, leche y pañales a un punto de recogida, y sale daña. Daña. Y mucho. Daña como daña la portada del Libération, «Las muertes evitables», o como las imágenes, los audios, lo devastador de los caudales sin cauce; como el mar sin playa. Todos vivimos al borde del abismo pero no lo sabemos.
La humanidad compartida cruza los puentes valencianos desde que amanece. La inteligencia, artificial o no, siempre necesitará el calor del corazón. Personas ayudando a personas, el pueblo salvando al pueblo. No hay límites. Adolescentes, miles, chavales que cargan cubos, escobas, mantas. Hombres y mujeres movidos por amor. Por amor, sí, por amor y compasión ante la fragilidad del instante, mientras los políticos (cualquier calificativo que ponga resultará tan obvio) se pelean en vez de agacharse y ponerse a achicar agua. Acaso son otra raza.
Hoy bajará la marea, amainará el viento, amanecerá otro día, seguiremos vivos. Tal vez no nos detendremos, o sí, porque el luto esta vez nos toca demasiado cerca, y la catástrofe, a menos kilómetros, siempre golpea más fuerte. Podríamos haber sido cualquiera, diremos, mientras seguimos en piloto automático. O no. Ojalá no. Ojalá sirva. A cada quien en lo suyo, en la solidaridad, en la posibilidad de dar ayuda, gratitud, ternura, en relativizar tantas cosas. Que sirva para ofrecer hoy también lo mejor de nosotros mismos, sencilla contribución, porque nos necesitamos. Y en momentos como este, más que nunca.
Por eso, estas palabras de aMor, que elegí y grabé días antes de la daña. Un granito de sensibilidad. Un ápice de belleza. (Escritas por una mujer valenciana).
DESEO
y mujeres que sólo se alimentan de pétalos de rosa
Oliverio Girondo
——————–
——————–
and the lovers
pass by, pass by
Sylvia Plath
Padres, hermanos, amigos, profesores:
soy un ser de deseo.
No es suficiente el contexto
—yo en el salón, en la bañera, en el cine, en el despacho,
ocupada en las tareas que desubican el deseo—
para lograr acallar este hecho sin espacio:
que, especialmente,
soy un ser de deseo.
En el reino de la astenia y sus panfletos,
en este el milenio de la saturación y los cuerpos bellísimos
encerrados en patéticos frasquitos de fobias,
sin tocarse,
yo soy un ser de deseo: bocas entreabiertas,
corazón-voluta.
En el mundo de los helados estanques
de unidades inconmensurables y aisladas del contacto
(cuerpos bellísimos agarrados a maderas,
miedosos de rozar un tobillo,
por si al final se enamoran),
es tan solemne-y-tierna-y-felizmente anuncio
una pulpa de deseo: no puedo salir de Shostakóvitch
y me alimento de trompetas y de amores de infancia
que me encuentro en el metro y de señores-frutas.
Soy un ser de deseo:
1. Sé lo que es una revuelta de hormigas rojas
africanas
por entre las piernas.
2. Sé lo que es llegar a morderse los labios.
3. Sé lo que es decirle, por ejemplo
“oh qué interesante”
mientras pienso
“oh Dios lo que te haría,
oh Dios oh Dios en cuanto te descuides
te planto un beso que te mueres de colores”;
y,
luego,
impondré mi disciplina —y una cierta dulzura—
en tu cuarto ex-templo-de-ver-castamente-películas;
y,
luego,
montaré una fiesta con los que un día fueron míos,
y os haréis buenos amigos, y volveremos todos
a un cierto París básicamente de cuellos.
Porque,
sobre todo,
soy un ser de deseo;
y si me muevo por el mundo
es para que engorde, que engorde, que engorde
a mis expensas.
Constantemente paso hambre.
Soy un ser de deseo, caminamos juntos
por mi diagonal de cosas:
algún prodigio, alguna ventana.
Y sólo cuando mi deseo
se ha convertido en una inmensa bola
o en un pichón o conejo obeso y planetario,
lleno de estrías por seguir creciendo
hasta llegar al límite abismal de su voluntad posible,
sólo entonces,
cuando su tamaño ya nos resulta plenamente asqueroso,
socialmente nocivo, sentimentalmente molesto,
lo mato
y me lo como.
Berta García Faet
Corazón tradicionalista
Un comentario
Cómo nunca
Jamás
Siempre
Hay que leer una y mil veces este mi, tú, su
Mensaje de amor para acompañar la desgracia el infortunio, la desdicha
La gran pérdida.
Y para ti que lo dices como los ángeles, sigue ahí, ayudando.
Besos