Hoy, sin previo aviso, mi mente me llevó a pensar en ti. Pensé en ir a visitarte, en volver a sentarme a tu lado, como antes, a hablar de todo y de nada. Pero, de pronto, la verdad se plantó frente a mí: hace años que te marchaste, y esa puerta que quise cruzar ya no existe.
Hoy recordé tus consejos, esos que tantas veces ignoré con la soberbia de quien cree que siempre habrá tiempo. Pero no lo hay. Tus palabras quedaron suspendidas en un ayer que ya no puedo alcanzar, y ahora, en su ausencia, pesan más que cualquier silencio.
Hoy, en un acto instintivo, marqué tu número. Por un instante deseé escuchar tu voz, aunque solo fuera para oírte decir que todo está bien. Pero la línea ya no lleva a ningún lugar, y comprendí, con el dolor de lo definitivo, que el mañana no está garantizado. Ni para ti, ni para mí.
Nos aferramos a un tiempo imaginario que no existe, a promesas de un “luego” que nunca llega.
Guardamos abrazos para después, palabras para mañana, reconciliaciones para otro día que tal vez nunca amanezca. Vivimos aplazando la vida, creyendo ingenuamente que siempre habrá más oportunidades.
Pero la verdad es cruel y sencilla: no hay más tarde. Lo único que tenemos es este instante, este suspiro frágil que se escapa mientras pensamos en el futuro.
Hoy entiendo, quizá demasiado tarde, que no debo guardarme nada. Las manos que no estrecho, los “te quiero” que no digo, las heridas que no curo se convertirán en ausencias irreparables que nunca podré remediar. Porque el mañana no existe y, como cantaba Sabina en aquella canción, no hay nostalgia peor que añorar lo que nunca jamás sucedió….
Y añado: “Y estuvo en tus manos”.
Por Jesus Fernandez