Lunes, 25 de noviembre.
Veo Segundo Premio el lunes y me dura toda la semana. Ahora comprendo mejor lo que escribió Jabois, cómo cambia una canción cuando descubres para quién es, después de haberla escuchado durante años desde otro lugar. Me llevó a tu ausencia, sí, a la tuya, ojalá leas este artículo hoy. Sentí rabia y quise cantártela. Cómo rasca la guitarra. «Es imposible que hayas olvidado lo que los dos podíamos hacer».
Entonces se abre el cielo para mandarme tu aliento, un grito, tu presencia indisoluble, estés donde estés, tus ojos profundos, la sonrisa inalterable. Es esa señal de la canción, por la que J reza. Nunca pude llevarte la contraria y ahora tampoco. Sabía que no te ibas a perder mi cumpleaños.
Cómo me gustaría haber escrito yo esa letra y patear con mi enfado tu último mensaje; ese, sí, el último para siempre ya, sin que contenga una explicación cualquiera o una simple despedida. Te echo de menos a la vez que ya no. Cada día que ha pasado nos ha situado a mí aquí, a ti no sé dónde, pero sé que así está bien. Confío en que esté bien, sé que es así. No lo dudo, no. No lo dudo, confío, y a la vez que digo ¡y una mierda! Porque yo también, si tuve miedo, fue de que acabara así. Pero no lo vi, nadie lo vio. Tú tampoco. Y el caso es que aquí estás. Cuando parece que has desaparecido casi del todo, asomas con tu sonrisa canalla y me llamas, siento tu manto sobre los hombros, tu cuidado, demasiado para mí algunas veces, como ahora, y que sí, que son cincuenta, cómo ibas a faltar tú. Te prometo que la próxima vez que nos veamos te planto un beso que lo flipas en colores, como lo estoy flipando yo. Y habrá servido para algo, al menos para mí.
He estado en La Jamada con Lu, como tantos aquellos viernes. Siempre estabas con tu amigo en la cerve, me dice, y yo digo que quemaría la cerve ahora mismo para que nadie pueda tocarla, a la vez que me pongo tu jersey y voy a trabajar a Aranda.
Y así siguen las cosas por aquí, ya sabes. Tuve que soltarte del todo para que nunca te fueras. Ahora lo comprendo mejor.
Gracias. Gracias. Gracias. Te querré siempre. Vuela.
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Manuel Jabois, 22 de septiembre de 2024
Cómo cambia Segundo Premio al saber que no está dedicada a ninguna chica, sino a un amigo. Otra vez la superioridad moral de la amistad sobre el amor, cada vez más clamorosa según creces; qué obra maestra definitiva es ahora, qué pasada de letra, esa rabia del final no podía ser hacia otra persona que a un amigo que se aleja, dónde tenía yo la cabeza (“Y si esto te hace daño, si te puedo hacer sufrir, ha servido para algo, al menos para mi”). Me entero por la película de Isaki Lacuesta que J se la escribió a Florent cuando este andaba engullido por la heroína, desaparecido de los ensayos, sustituido por otro en la banda que montaron. Qué desesperación hay en esa letra, cuando estás a punto de perder a alguien para siempre. Comunicarse por canciones al no saber expresar de otra forma el amor. “Es imposible que hayas olvidado lo que los dos podíamos hacer”. Pierdes a tu pareja y en unos meses deja de preocuparte dónde está y con quién anda, y con el tiempo se forma un cariño extraño y lejano: que todo le vaya bien. Pierdes a un amigo (perderlo de verdad: romper) y te pasas media vida pensando qué estará haciendo, se acordará de ti, con quién se echa las risas, esta novela la habrá leído y sé lo que piensa de ella, a quién le cuenta ahora sus historias de siempre, las del cole y las del insti, ¿habrá cambiado su manera de contarlas?, si yo era el único testigo de aquellas aventuras: ¿a quién mira cómplice cuando añade ficción? “Todo lo que habíamos hablado es todo lo que vamos a perder”. Otro día hacemos una lista de esas canciones, esos libros, esas películas que pensabas que te estaban contando una cosa y resulta que te estaban contando otra: creías que te estaban haciendo cosquillas y lo que hacían era pegarte una bomba en el pecho.