Palabras de aMor en lunes. Por María Eugenia Manzano

Es en estas largas noches donde todo parece detenerse, cuando el alma encuentra el eco perfecto de su soledad. Rainer Maria Rilke. 
Lunes, 2 de diciembre. Esto se acaba, decimos. 2024 se escapa. Y que comienza el Adviento. Tiempo de recogimiento, de espera. De una esperanza sin prisa, sin angustia, sin reloj. Un tiempo de confianza. En el calendario cristiano, es el tiempo de más alegría y tal vez tenga algo que ver con que es tiempo de ir hacia adentro. Diciembre, en medio del ruido, puede ser mes de silencio.
La ternura del rito cristiano me conmueve, va a llegar un nacimiento. Escuchar El Mesías de Händel, el Oratorio de Bach. Dedicar cada día del mes (cada día, no cada día hasta el 24, digo cada día de este mes) a mirarnos despacio, por dentro, a elevar una plegaria. Compartir tiempo con Dios. Darle más espacio al alma.
Y para eso, vaciarnos primero de todo lo que sabemos. Desendurecernos. Desentumecernos. Deshacernos de nosotros mismos, de lo que vemos en el espejo. Atender a lo que somos. Acunar la rigidez, volver a la recta más curva. Escucharnos el latido.
Inspira, inspira, inspira. Exhala, exhala, exhala. Levanta la mano al cielo, inclina más la cabeza. Y vuelve a tu eje, no te pierdas, para seguir expresando arte.
Diciembre abre el cierre, nos trae un solsticio, una posibilidad siempre, un nacimiento. Y hay un mundo entero ahí arriba.
Que tu diciembre sea a favor. Y que puedas estar bien.
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Estimado señor Kappus:
No ha de quedar sin mi saludo, ahora que llegan las Navidades, y que en medio de tantas fiestas debe de pesarle su soledad más aún que de costumbre. Pero si siente que esta soledad es grande, alégrese. Pues -así ha de preguntárselo a sí mismo- ¿qué sería una soledad que no tuviera su grandeza? Sólo hay una soledad. Es grande y difícil de soportar. Y a casi todos nos llegan horas en que de buen grado la cederíamos a trueque de buena convivencia. (…) Ello, sin embargo, no debe desconcertarle, pues lo único que por cierto hace falta es esto: Soledad, grande, íntima soledad. Adentrarse en sí mismo y, durante horas, no encontrar a nadie… Esto es lo que importa saber conseguir. Estar solos como estuvimos solos cuando niños, mientras en derredor nuestro iban los mayores de un lado para otro, enredados en cosas que parecían importantes y grandes, sólo porque ellos se mostraban atareados, y porque nosotros nada entendíamos de sus quehaceres.
Ahora bien: si un día se acaba por descubrir cuán pobres son sus ocupaciones, y se echa de ver que sus profesiones están yertas y faltas ya de todo nexo con la vida, ¿por qué no seguir mirando todo eso con los ojos de la infancia, cono si fuese algo extraño? ¿Por qué no mirarlo todo desde la profundidad de nuestro propio mundo, desde las extensas regiones de nuestra propia soledad, que es también trabajo y dignidad y oficio? ¿Por qué empeñarse en querer cambiar el sabio no-entender del niño por un espíritu constantemente en guardia y lleno de desprecio frente a los demás, ya que no comprender es estar solo, mientras defenderse y despreciar equivale a tomar parte en aquello de lo cual uno quiere precisamente desligarse por tales medios?
Piense, muy estimado señor, en el mundo que lleva en sí mismo, y dé a este pensar el nombre que le guste. Así sea recuerdo de la propia infancia, o anhelo del porvenir. Sobre todo, permanezca siempre atento a cuanto se alce en su alma, y póngalo por encima de todo lo que perciba alrededor suyo. Siempre ha de merecer todo su amor lo que acontezca en lo más íntimo de su ser. En ello debe usted laborar de algún modo, y no perder demasiado tiempo ni demasiado ánimo en esclarecer su posición frente a sus semejantes. ¿Hay acaso quien pueda asegurarle que tiene usted siquiera posición alguna? (…)
Únicamente el hombre solitario está sometido, cual una cosa, a las leyes profundas de la naturaleza. Y cuando uno sale al encuentro de la naciente mañana, o con su mirada penetra en la noche preñada de aconteceres, sintiendo cuanto ahí acaece, entonces despréndese de él, cual de un muerto, toda condición, aunque él se halle en medio del más puro vivir.
Cartas a un joven poeta. Rainer Maria Rilke

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