Editorial: Blanco es el color de Tarifa

Hay nombres que parecen estar predestinados a su oficio. En Tarifa tenemos a Carlos Blanco, un concejal que ha hecho de su apellido una declaración de intenciones: quiere pintar su pueblo de blanco.
No hablo de brochazos ni de botes de pintura, que también. Hablo de gestión, de atención, de cuidar los detalles que hacen que una ciudad brille sin necesidad de gastar fortunas. Porque la Tarifa que él sueña no necesita más dinero, sino más compromiso. A veces bastaría un simple bando municipal, un poco de coordinación y, sobre todo, voluntad para que esta ciudad reluciera como nunca. Blanca.


Imagine el lector una Tarifa blanca. Una Tarifa que, vista desde Los Lances, devuelva a quien llega por mar la misma postal que hoy nos regala Conil, esa joya que se divisa nívea desde el horizonte. ¿Se imagina lo que sentiríamos al ver nuestra ciudad así de orgullosa, reluciente, blanca? Mire  la galería de fotos de esta noticia, no será por intentarlo.
Carlos Blanco lo imagina cada día. Lo persigue sin horarios, sin medir el cansancio. Atiende llamadas, organiza cuadrillas, resuelve problemas grandes y pequeños, y nunca pierde la sonrisa. Se frustra con el vandalismo, con los que ensucian sin pensar, con los que rompen lo que es de todos. Pero su respuesta no es rendirse: es seguir.
Si Tarifa tuviera 300 tarifeños como Carlos Blanco, nuestra ciudad sería imparable. Porque su compromiso no entiende de colores políticos ni de cálculos de conveniencia. Mientras otros repiten aquello de “yo estoy aquí cuatro años, no me voy a enemistar con nadie”, él elige el camino de implicarse, de actuar, de dejar huella con una humildad exquisita.
Porque al final, lo que levanta un pueblo no son los discursos ni las promesas, sino las personas que se arremangan sin preguntar a quién le toca. Gente que trabaja por su tierra al margen de cálculos políticos, que actúa porque la ama, como quienes cuidan Bolonia sin esperar aplausos, solo con la satisfacción de verla brillar. Tarifa necesita más de esos tarifeños que, como Carlos Blanco, creen que el mejor legado que puede dejar uno es un pueblo del que sentirse orgulloso.

Postdata:
Hablar bien o mal de un político no es un acto de capricho ni una decisión que se tome a dedo. Es la consecuencia natural de lo que percibimos en su día a día. La calle, los vecinos, los gestos y las acciones son las que dictan la opinión, mucho más que los discursos o las siglas. Y aquí no hablamos de terceros ni de rumores: hablamos de Carlos Blanco, porque descubrirlo en acción nos llamó la atención. Verlo siempre disponible, atento a cada detalle de Tarifa, nos hizo entender que su compromiso no es de foto ni de protocolo, sino de esos que se sienten en la vida cotidiana de un pueblo. Que nadie se compare, hoy hablamos sólo de Carlos Blanco, gracias.

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