Volver a Tarifa después de años es un reencuentro con las calles que guardan la memoria de la infancia… y, también, con una verdad incómoda: a nuestros hijos se les está robando la oportunidad de soñar a través del deporte.
En mi niñez, el deporte base no era un lujo. Era el lugar donde aprendíamos a caernos y levantarnos, a respetar al rival, a compartir victorias y derrotas con el mismo abrazo. No importaba si el balón era nuevo o prestado, si el campo era La Alameda o la playa: había ilusión, había espacio y, sobre todo, había voluntad de que los niños pudieran jugar. ¿Qué estamos haciendo?
Hoy, sin embargo, esa voluntad parece haberse desvanecido. Nos encontramos con instalaciones cerradas por deterioro, otras saturadas, y un silencio administrativo que hiere más que el césped artificial roto. Familias y directivos preguntan, reclaman, esperan… y la respuesta es la misma que el eco en una pista cerrada, el vacío: nada.
Hablamos de casi 400 niños y niñas que entrenan en la UD Tarifa, distribuidos en 22 equipos, y que ahora ven peligrar su temporada. No es un capricho: es su espacio de aprendizaje, su refugio contra la calle, su motor de salud física y mental. Añadamos un nuevo club en la ciudad, más demanda de pistas, y el resultado es evidente: sin planificación, todo se convierte en una lucha por migajas de tiempo y espacio. Quien vea política en esto, que se lo haga mirar, esto es Tarifa y sus infantes.
No podemos normalizar que los niños se queden sin entrenar porque el césped no se cuida o porque una pista lleva meses cerrada. No podemos normalizar un parque infantil cerrado. No podemos aceptar que la piscina municipal sea un recuerdo desde abril por una avería sin fecha de reparación. No podemos resignarnos a que la única pista disponible se convierta en un tablero de ajedrez donde los horarios se reparten a codazos.
Tarifa no puede crecer dando la espalda a su base, y el deporte base es mucho más que un pasatiempo: es una escuela de vida. El niño que hoy no tiene dónde entrenar es el joven que mañana no sabrá lo que es la disciplina, la cooperación o el esfuerzo compartido. Y eso sí es un lujo que no nos podemos permitir.
A quienes tienen la responsabilidad de decidir, les recuerdo: invertir en deporte base no es un gasto, es sembrar futuro. Y si de verdad queremos una Tarifa con orgullo y arraigo, no podemos permitir que el único gol que entre este año sea el del abandono institucional.
Porque el derecho a soñar empieza en un campo de entrenamiento. Y nuestros hijos merecen soñar.
Postdata:
Gracias por la acogida de mi anterior texto «Que pena me da mi pueblo» del pasado 4 de agosto, doy el paso que me piden en los comentarios, «me pringo por mi pueblo».
967 Me gusta, 168 comentarios y 162 veces compartida hacen que mi amor y dolor por Tarifa, se conviertan en esperanza.