“Arriesgarse es perderse un poco, no arriesgarse es perderlo todo”
Vladimir Mayacowsky
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A Víctor, a Paco, a Luisa. Y a Javier, mi socio. Por nuestra ítaca.
Y a Mónica, a Dani, a Carlos. A los chicos de ManiManá. Al ave fénix Ananda. A toda la familia Voarte que estamos hoy en Los Baños y al niño Lucas. Al viento ausente, a la tarde clara. Al dios que nos amparó. Al milagro. Y al cielo protector del estrecho.
Lunes, 24 de julio.
Una no sabe lo que ha guardado hasta que un día, sin querer, aparece.
Preparo equipaje para el viaje dionisiaco y, al buscar entre los tesoros que suelo llevar a estos lugares, encuentro una revista con uno de mis artículos de antes. Agosto 2019. El título, Ítaca-El viaje. Mi destino de hoy, el mismo que el de entonces. Abandono la maleta sin poder dejar de leerlo y a medida que avanzo en el texto me doy cuenta de dónde estamos, del camino escogido, del tramo avanzado, del sentido… de que sigo llevando a Dionysos el cordón de Ítaca atado al cuello y de que ahora sí, puedo decirlo, aquí estoy, al servicio. Mar adentro, más adentro… con más canas, con más ganas. Con más sal, con menos miedo. Sin tanta palabra adecuada y sin pretender que me entiendan, porque es ahí, tú ya lo sabes, donde la emoción más selecta, donde comienza todo.
No lo dudo ni un instante y empiezo a reescribir el artículo. Sin tocarlo, tal cual fue. La misma foto, la de ese día.
Y que este lunes sea bueno.
Anoche, 23 de julio, querido pirata flamenco, un año más volví a ver luna de seda en El Cañuelo.
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Ítaca-El viaje
por María Eugenia Manzano Sánchez
Todos los hombres y mujeres que protagonizan este artículo tienen en común la voluntad de ser.
Son personas libres, valientes, creativas y altamente sensibles, sin el menor reparo ante la posibilidad de reinventarse a sí mismas, y esto las hace del todo excepcionales.
A ellas me une un hilo de autenticidad imposible de romper, un pergamino, una botella repleta de mensajes, un cordón marinero al cuello… y la inmensa fortuna de formar parte de una Tribulación que ya navega mar adentro.
Hace dos años encontré el sentido de otra Ítaca, de la Ítaca creada junto a mi querido Javier, y le escribí en un mensaje que «tal vez sencillamente consista en una invitación: la de embarcarnos en un viaje que dura toda la vida, una aventura de la conciencia… con todos los ingrediente de un viaje heroico en sentido griego, porque cada hombre y cada mujer es héroe y heroína luchando con los elementos del destino y completando ese viaje de realización que ha de llevarles finalmente a casa«. El entrecomillado no es mío, andaba yo sin descanso leyendo a Jon Kabat-Zinn por las rutas de Vietnam, sin embargo hallé el sentido de mi Ítaca intacto y puro, al darme cuenta de que nunca zarparemos si nos alejamos de nuestra esencia, y de que siempre que llegamos a casa lo hacemos en nuestra propia piel.
Dos años más tarde, el momento del embarque ha llegado.
Arribé en el puerto de Bolonia siguiendo la ruta de Odiseo y confiando -¡Oh, Musa!- en un camino largo, largo, lleno de aventuras y descubrimientos, como aprendí de Kavafis, y allí me recibieron Athenea, la de las claras pupilas, en forma de bello capitán, su bello equipo dispuesto para el oleaje, un eclipse de luna llena… y la tripulación.
Marineros y marineras anónimas, dispuestos a zarpar, decididos a soltar amarras, y enfrentando el horizonte de su propia y bendita Odisea.
Mortales envidiados por los dioses, conscientes de su fugacidad. Corazones al viento, almas puras. Auténticos héroes y heroínas. Allí los conocí a todos…
A U-Luis-es, el de la piedra en la frente y la sangre divina que limpió en el lago de las tres lunas. A Ana, la que quería esconderse tras su voz silenciosa y la delató su belleza. A Leticia, la de las cadenas borradas y la cuerda, cuyo milagro se obró. A Alicia, la del canto de las sirenas que arrastran hasta el fondo del mar y que transformó en chirigota. A Antonio, el pirata honesto de la seda blanca y la luna menguante en El Cañuelo. A Carmen, a Joa y a Sergio, que fueron arte. A Isa, la del amor eterno que cambió su forma y al fin se atrevió a bailar. A Lourdes, la que fue aedo y relató su bonita historia. A Sara, que venció su miedo al Sur. A África, la de la selecta emoción, a Marisa y a Carlos, a Rafa, a Pilar, la que tanto quería sostener y soltó. A Amalia, la del teatro griego. A Ángel y a Merche, a Chus, la de la belleza radical. A Zahira, que mientras ofrecía su ternura descubrió su seducción. A Marian y a Rosa, a Cynthia; a Virginia, a Laura, a Paulina, la que puso música a su oficio. A Penélope, que tejía luciérnagas y las destejía, y a Elena, la que nunca más huyó.
Aún más adentro…
Remad…
En vosotros he encontrado la Tribulación necesaria para este viaje, que es sólo viaje de ida, y sé que estaremos juntos, y que manteniendo el espíritu elevado e hinchadas las velas, no habrá vientos, ni cíclopes, ni marejadas fuertes. ni «restrigones» que pongan freno al navío.
Porque cuando creemos apasionadamente en algo que todavía no existe, lo creamos (F. Kafka) y no sé si he sido yo, o la tragi-comedia de la vida quien los ha creado, pero por cada uno de estos seres extraordinarios doy gracias, me postro ante ellos… y sigo navegando.
¡Toda mi admiración, valerosos!
¡Y que el viento os acompañe!
Mar adentro, más adentro… y aún más lejos, ¡remad!