Lunes, el primero del año. 6 de enero. Día de Magia.
Aquí. Aquí. Aquí. Ahora, ahora, ahora… Aún hay vibración en mi pecho.
Soltamos el 24 en la punta al sur del Sur y la noche de las uvas nos reunimos junto al fuego. Qué cerca estuvo el incendio antes de que amaneciera. Qué microscópicos somos desde una perspectiva aérea. Una carta, ser testigo. Presencia entre mi madre y mi hija. Aquí. Ahora. Un linaje femenino ofreciéndonos la antorcha, imposible de apagar. Cuidemos lo más sagrado como lo custodia un sagrario, lejos de las vitrinas. No existen escaparates para nuestra fragilidad.
Aquí. Ahora. Lalita, el Acebo. Las Danzas Magas. Sabía que lo haría muy pronto, pero no sabía que ya. Amor en vena, ternura. Tu voz y mi voz, conectar con eso mucho más grande y traerlo sin miedo. Humildad. Un cuerpo de barro, un poema. Un milagro que ni quiero ni puedo ni trato de ser capaz de explicar. Obreros de la conciencia atendiendo a la llamada. Transmutando el viejo baile en la danza del futuro. Se acabó la línea recta. Tiene forma de mujer.
Y para este 25, mi misión: sabiduría. La relación con el Todo. Amar lo que ya es, saberse. Recordar y dar espacio. Respirar. Dar la orden para manifestar desde lo que es y lo siento, con precisión. En silencio. En acción. Sentirme en paz.
Que tú atiendas a lo que para ti se abra.
Y que puedas estar bien.
La danza del futuro es un acto de Amor.
Por Jaime Conde-Salazar.
Hagamos el esfuerzo de pensar el Amor más allá de las narrativas heteronormativas hegemónicas que nos condenan y nos limitan a una especie de romanticismo absoluto, sin escapatoria. Intentemos dejar a un lado las princesas y los príncipes, la eternidad, los pisos unifamiliares, las lógicas de la propiedad privada, la fidelidad, los contratos reguladores y todos esos gérmenes de insatisfacción y desgracia que no hacen más que complicarnos la vida y alejarnos estratégicamente del poder de lo amoroso.
Tomemos el Amor como algo parecido a un principio físico según el cual la materia busca constantemente formas de organización transitorias que trasciendan los límites del cuerpo individual. Así, lo que hace un acto de Amor es reunir estructuras, entidades, organismos y cuerpos que antes permanecían separados dando lugar a seres efímeros, únicos y desconocidos hasta entonces. Esos seres transitorios que se producen en el Amor revelan dimensiones de la realidad que permanecían ocultas y muestran posibilidades infinitas de transformación del mundo. En este sentido, el Amor sería ese principio que atraviesa los cuerpos a los que afecta disolviéndolos de manera gozosa haciendo que dejen de ser o que se conviertan en otra cosa.
El Amor es una labor pero no tiene nada que ver con el trabajo ni con nada relacionado con la productividad, los horarios, los programas o los proyectos. En ese sentido, el Amor es siempre y radicalmente antieconómico e ignora por completo cualquier norma o patrón. La labor amorosa tiene siempre algo de accidental, incomprensible y sorprendente y exige que, cada vez, dependiendo de la situación concreta, se revisen y actualicen valores, herramientas y objetivos.
Un acto de Amor se manifiesta siempre a través de la excitación, es decir, a través de un proceso que hace que el cuerpo “salga de sí”. Un cuerpo atravesado por el Amor es un cuerpo entregado al mundo, es un cuerpo que pone a disposición sus límites individuales y se desborda hacia lo que está y viene de fuera. Por ello, muy frecuentemente, el Amor tiene forma de pregunta: es una acción que se lanza hacia fuera, como una búsqueda o exploración de lo que es posible pero desconocido.
La danza del futuro solo existe como acto de Amor. Y, por si acaso, insistimos: aquí no se está hablando de romanticismo ni de nada que se pueda parecer esos relatos al servicio de la propaganda. La danza del futuro es un acto de Amor porque se realiza como un volcarse radical hacia el mundo. Frente a los límites disciplinares al uso, la danza del futuro sale de sí misma en busca de otros cuerpos con los que producir organizaciones desconocidas, compromisos sorprendentes y conocimiento carnal. Por ello, la danza del futuro solo puede ser un reto para los cuerpos que participan en ella.
La naturaleza efímera de la danza viene determinada por su carácter amoroso: no hay nada que retener, no hay nada que se pueda guardar. Al igual que sucede con el Amor, la danza sólo se puede detectar por las marcas que deja en los cuerpos a su paso. En tanto acto amoroso, la danza del futuro sucede como una liberación de potentia gaudendi, de poder de goce que pone en cuestión los límites establecidos de los cuerpos desvelando posibilidades desconocidas de ser y estar. La danza del futuro produce encarnaciones insólitas que redefinen constante y radicalmente la acciónamorosa. En ese sentido, aunque la danza del futuro sabe que nada acaba nunca del todo, a menudo, el rastro que deja en los cuerpos con los que se compromete, es parecido a la sensación de un final feliz.