Palabras de aMor en lunes. Por María Eugenia Manzano

Lunes, el primero de octubre.
La semana fue una montaña rusa con doble tirabuzón, salto mortal hacia adelante y simulacro de incendio. Sabíamos que no iba a haber buenas noticias y no las hubo, pero pudimos chillar agarradas a la barra y soltar el vértigo. Frenazo de golpe. Apretamos los dientes, nos limpiamos las lágrimas. Sin apenas darnos cuenta, ya estábamos frente a la tómbola, compramos un par de boletos y nos comimos el algodón de azúcar. Y la música sin parar. Y las luces de colores. Y ese ritmo de vendaval de los coches de choque. En medio me pregunto a veces cómo puede nuestro cerebro mantener la cordura. Pobre órgano cognitivo. Así que no le hice caso y me eché a llorar. A puerta gayola, en el ascensor de la primera. Y después, a pesar del sol. Y de la furia. Y del verde y del blanco y del  negro y del rojo, en el triángulo y en los labios. Y los uniformes enfrente, en calma. Y después de ese después, y a pesar de todos, o tal vez por eso, me eché a llorar otra vez, antes de salir en la prensa juntos, inmortalizado para siempre el momento.
Luego pareció que amainaba y dejé el portátil. Volví a Madrid. Allí el temporal era otro y a punto del naufragio estuvimos, si no llega a ser por el bote que nos llevó hasta Pacífico. Y por el vaivén del placer. Y por el agua. Y por el sudor y la sal, que limpian. Y porque en algún momento, en la tarde, se hizo el milagro. Aparecimos en Las Hurdes. Y ese fue el salto mortal. Subimos a lo más alto, al cielo de Bellas Artes. Danza libre, sol en la piel, la cúpula inconfundible del ME. ¿Hicimos el amor otra vez? Puede que sí. Nos duchamos. Salimos sin más pretensión que ser parte, la vida sigue pulsando. No hay muerte que pueda con ella. Ni siguiera la de miles de inocentes expulsados y de niños indefensos. Verde, blanco, negro y rojo. El clamor era esperanza. Madrid, una marcha humana imposible de olvidar. Y ese corazón expandido. Ese compartir la humanidad.
Que el tiempo va sobre el sueño ya lo cantó Camarón pero antes lo escribió Federico. Y allí nos paramos, en silencio. Los dos frente a él, ¡qué belleza!, antes del simulacro de quema del sábado a las doce y diez. La vida es más que tú y que yo. Es mucho más que nosotros. Es una mano en el pecho, en la mañana siguiente, sintiendo del todo el calor y la magnitud de la presencia. Yo puedo no poder con todo. Acurrucarme. Enrollarme en mis rodillas, tus brazos alrededor. Apequeñarme, no más. Y perder otro autobús otro domingo cualquiera sin que pase nada por eso.
El Oasis del recreo será un Oasis de amor. Un Oasis de arte y paz. Oasis de sábanas blancas al que iremos a jugar.


Lectura del Profeta Habacuc

Habacuc 1, 2-3; 2, 2-4

¿Hasta cuándo, Señor, pediré auxilio,
sin que me escuches,
y denunciaré a gritos la violencia que reina,
sin que vengas a salvarme?
¿Por qué me dejas ver la injusticia
y te quedas mirando la opresión?
Ante mí no hay más que asaltos y violencias,
y surgen rebeliones y desórdenes.

El Señor me respondió y me dijo:
«Escribe la visión que te he manifestado,
ponla clara en tablillas
para que se pueda leer de corrido.
Es todavía una visión de algo lejano,
pero que viene corriendo y no fallará;
si se tarda, espéralo, pues llegará sin falta.
El malvado sucumbirá sin remedio;
el justo, en cambio, vivirá por su fe».

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