Atún y Tarifa. Por Alberto DiNolla

La almadraba es un arte de pesca de tradición milenaria que aprovecha un auténtico regalo de la naturaleza: la migración de los atunes que por primavera cruzan el Estrecho desde el Atlántico para desovar en el Mediterráneo.

Los atunes ya constituían una importante fuente de alimento para los pueblos prehistóricos asentados en la costa del Atlántico andaluz, una de las regiones europeas donde antes floreció el urbanismo. Algunos de aquellos iniciales emporios o factorías fueron fundados por los fenicios, que desde el Mediterráneo oriental llegaron aquí al menos desde el siglo VIII a.C., probablemente antes.

A ellos se les atribuye la invención de la técnica almadrabera y una intensa producción alfarera y de salazones. Hacia el siglo V a.C. era abundante el comercio con Grecia de atún preparado y envasado en las ánforas gaditanas.

Diversos autores de la Antigüedad clásica dan cuenta de la riqueza piscícola de estas aguas y de su importancia en la economía de las ciudades costeras. El enclave más conocido y estudiado no puede ser otro que la incomparable Baelo Claudia, fundada en el siglo II a.C., cuya prosperidad estuvo basada en la pesca y salazones, en especial del atún. Las antiguas Carteia y Iulia Traducta (Algeciras) poseyeron importantes pesquerías, según prueban los muchos vestigios de estas industrias, así como la representación del atún y otros peces en sus monedas.

Aunque desde el siglo III d.C. comienza la decadencia de Roma, las factorías de salazones siguieron todavía con su actividad en estas ciudades. Su ruina sobrevendría por motivos diversos: un gran maremoto, ataques piráticos, o la propia crisis del Imperio. Para colmo de males, a comienzos del siglo V aparecen por aquí los vándalos con sus secuelas de destrucción en su paso hacia el norte de África.

Algunas palabras de origen árabe nos dan pistas de su importancia en la España islámica, como arráez, jábega o la misma almadraba, significando “lugar donde se golpea”, por la manera de capturar los atunes.

Pero sería con la llegada de los castellanos a estas costas cuando se produce un nuevo auge de la pesca en general y de las almadrabas en particular. La conquista cristiana de Tarifa en 1292, y luego de Gibraltar y Algeciras, supusieron el control militar de este territorio y el poder faenar en su litoral con relativa seguridad.

¿Y saben ustedes que Guzmán tenía derechos sobre las almadrabas?

Tienen su origen en la supuesta concesión de Sancho IV a Alonso Pérez de Guzmán “el Bueno” en 1294 por su defensa de Tarifa, recompensándole con el monopolio de la pesca del atún desde el río Guadiana hasta el límite con la provincia de Málaga.

La pesca del atún sería causa de enconadas luchas nobiliarias en aquellos convulsos tiempos. Otra poderosa familia, los Enríquez, almirantes de Castilla y señores de Tarifa, pretendieron armar las almadrabas tarifeñas, pleiteando contra el duque de Medina Sidonia en los siglos XV y XVI. Por su lado, los Ponce de León entablaron dura lucha por las de Cádiz hasta conseguir arrebatárselas a los Medina Sidonia en 1474, pero finalmente hubieron de conformarse con la almadraba de Rota, mientras que las de Cádiz pasaron a propiedad de la Corona. Los Medina Sidonia mantuvieron la posesión de las de Conil y Zahara, entre otras, que vivieron su época dorada en el siglo XVI, rondando los 80.000 atunes anuales entre 1525 y 1570. Hubo temporadas de pesca excepcionales, como la de 1541 en que se capturaron 140.000 piezas.

La decadencia posterior de las Almadrabas, se inicia en el último tercio del siglo XVI. Sus causas no están del todo claras, pero pudieron darse varias al mismo tiempo: problemas en el acopio de sal, epidemias, etc. Además, los piratas berberiscos asolaban continuamente estas costas, de modo que había quien se acostaba en Zahara y amanecía al otro lado del Estrecho como cautivo.

López de Ayala escribe en su Historia de Gibraltar (1782) que el atún se iba extinguiendo o bien había variado el rumbo en su migración, además de que las pesquerías se agotaban debido a las muchas embarcaciones del Levante que aquí acudían, cuyos métodos eran exterminadores. Otros autores apuntan a los enormes desembolsos aplicados a la instalación de las almadrabas señoriales, empleando un número exagerado de operarios y manteniendo un alarde tan fastuoso como inútil, probablemente por prestigio.

Al comienzo del siglo XIX se trastocaron las viejas estructuras sociales y económicas, acabando con históricos monopolios de la nobleza. Primero, las Cortes de Cádiz, en su decreto sobre señoríos de 6 de agosto de 1811; y definitivamente, por real decreto de Fernando VII de 20 de febrero de 1817, quedaban abolidos “todos los privilegios exclusivos relativos a la pesca concedidos a particulares o corporaciones de cualquier clase que sean”. A partir de entonces, las distintas poblaciones participarían, mediante los gremios de pescadores, de la explotación de las almadrabas ya en un régimen de economía capitalista, aunque no sin dificultades.

Y tras toda esta historia de almadrabas y atunes, a mi me queda un recuerdo y una demanda.

Recuerdo… mis paseos por el muelle hasta la punta del santo para ver los barcos japoneses que cargaban el atún de Tarifa, cuando aun el Santo y su punta, eran libres y se podían ir a visitar caminando…

Demanda… Que las cuotas de pesca del atún no sean una cuestión política entre dos gobiernos, que se tengan en cuenta las demandas de la flota pesquera y sean más equilibradas a la realidad de la cría y población de los túnidos, que nuestra pesca se queda corta, mientras en otros puntos del mundo, se recogen miles de toneladas sin problema.

Hasta pronto

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