Las guerras se hacían con buen tiempo. Los suelos embarrados son poco adecuados para el paso y las cargas de los caballos, inhóspitos para los guerreros que deben pasar la noche al raso. Es mejor el verano.
El ejército de Napoleón, invencible hasta aquel accidente de Bailén que le costó la carrera a Dupont ante los inauditos garrochistas del general Castaños, se enfangó en Tarifa. Y fracasó. Les cuento, antes de seguir. En los libros de Historia, la única ciudad española libre de los ejércitos imperiales fue Cádiz (la Tacita de Plata y la Isla de León eran un solo municipio). De Tarifa, ni mención. Todos están equivocados: la ciudad de Tarifa, circundada por una muralla de integrista tapial almohade del siglo XII, aguantó ante las tropas del mariscal Víctor en las Navidades de 1811. Por allí andaban campesinos endurecidos por la lucha contra la sequía y los señoritos, marineros fajados contra levanteras y piratas berberiscos, soldados del general Copons y Navia y tropas británicas de Gibraltar, con sus atractivas guerreras de color rojo. Todo se resolvió de manera rápida porque el temporal desatado les mojó a los franceses indumentarias, pólvora y moral, el fango les hundió los cañones y volvieron a Cádiz empapados y fracasados.
Las guerras las hacen los estados que disponen de gente suficiente que mandar al matadero. Siempre fue así. Los británicos montaron su gran imperio colonial en el XIX porque les sobraba personal. Les salió tan bien la revolución agrícola, que los bebés dejaron de morir a montones, impulsando el éxodo rural, el crecimiento de ciudades e industrias y el desarrollo del alcoholismo y la prostitución. Y quedaba mucha gente, por lo que los lanzaron a difundir el inglés y el gusto por el fútbol. Así nació el siglo XX.
En Rusia siempre se valoró poco la vida humana. Las masacres de jovencitos en Tannenberg (1817) o Stalingrado (1943) se explican por las cargas de infantería, una tras otra, a pecho descubierto, contra las ametralladoras alemanas. En el siglo XXI, las cosas son sólo algo diferentes (masacres de reclusos reclutados por la Wagner aparte), porque Internet, bastante controlado por la autocracia putiniana, difunde demasiado rápidamente las barbaridades que se cometen. Pero el tema demográfico juega ahora de igual manera: Ucrania no podrá ganar la guerra si se queda sin tropas de refresco: dispone de las justas y están agotadas.
La seguridad de Occidente se seguirá defendiendo en Jarkov y la región del Donetsk mientras nosotros sigamos poniendo las armas y Ucrania los muertos. Pero Rusia tiene cinco veces su capacidad para mandar reclutas al frente. Un panorama difícil que va mucho más allá de las crisis del grano y del gas que nos han llegado a nosotros, de momento.