En el río abajo. Por Ángela Labordeta

En el río, abajo, donde el agua se confunde con la piedra un hombre apareció muerto y como nadie lo vio nadie supo de él, ni conoció su historia, ni supo la razón de esa muerte que nadie lloró porque simplemente era un ser sin raíces, al menos sin raíces conocidas, así que allí quedó su cuerpo y allí quedó su historia y todo sin una lágrima, sin un reproche ni un recuerdo y aunque solo un poco más arriba, donde el río despertaba en agua y vida, los niños jugaban despreocupadamente y las madres se afanaban en preparar meriendas y chocolatinas, a nadie se le ocurrió pensar que metros abajo una vida se había detenido y nadie preguntaría por qué y nadie indagaría sobre su identidad porque a nadie le importaba.

Un vagabundo más, dirían si finalmente daban con su cuerpo o un sin papeles, que a fin de cuentas son cosas semejantes.

Y entonces surge, como entre susurros, una historia que es la de un hombre que herido de dolor y de soledad se dejó caer sobre la parte muerta del río para allí perecer, porque simplemente nada tenía que atesorar y nada que defender y menos que recordar y la historia cuenta que caía la tarde y el hombre miraba hacia el cielo, pensando que quizá era el mejor lugar para por fin dormir, en el momento justo en el que un avión cruzó el pedazo de cielo que su vista cansada abarcaba y pensó que dónde iría y de dónde vendría y pensó que ojalá estuviera allí dentro, camino de algún sitio respetable con una vida respetable, pero sin embargo estaba allí solo a punto de golpear su cabeza contra las piedras del río para así dejar de esperar en un mundo sin esperanzas.

Como nadie lo encontró nadie supo de su historia y nadie leyó la pequeña nota que reprodujo con pulso inestable y en la que anunciaba que la recordaba allí donde todo estallaba y la besaba todas las madrugadas y le señalaba que la noche es confusa porque en ella las sombras se esconden y eso no era para ella. Ni para él, añadía.

Y proseguía que quizá hubiera hecho amigos, pero que no los recordaba y apenas recordaba nada que valiera la pena y que por eso había buscado la parte más angosta y dura del río y añadía que no estuviera preocupada porque él no tenía miedo.

Que todo el miedo ya lo tuvo junto y que ahora solo esperaba llegar hasta ella en un sueño de colores y música y entonces cerró los ojos y el avión desapareció. Dicen que transportaba su alma pura.

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