La guerra cultural del clima. Por: Ángel Luis Jiménez

Ahora, el clima se ha convertido en un frente de la guerra cultural, cuando antes el factor más importante del movimiento antiecologista era la codicia.

Si uno escarbaba en los antecedentes de un investigador que contradecía el consenso científico, o de un grupo de expertos que intentaba bloquear las medidas contra el cambio climático, o de un político que declaraba que lo del calentamiento global es una patraña, casi siempre descubría un importante respaldo financiero de la industria de los combustibles fósiles. Eran tiempos más sencillos para entender el negacionismo.

De hecho, a mediados de la década del dos mil, Rajoy restaba importancia al cambio climático aludiendo a su primo científico, catedrático de física en Sevilla, que aseguraba que no se puede convertir este asunto “en el problema mundial”. Decía Rajoy: “Yo sé poco de este asunto, pero mi primo supongo que sabrá más”, y él afirmaba: “He traído aquí a diez de los más importantes científicos del mundo y ninguno me ha garantizado el tiempo que hará mañana en Sevilla. ¿Cómo alguien puede decir lo que va a pasar en el mundo dentro de 300 años?”. Con esta curiosa anécdota justificaba Mariano Rajoy el hecho de que el cambio climático no debía ser considerado un asunto capital.

Es cierto que la codicia sigue siendo todavía un elemento importante del antiecologismo, pero el negacionismo climático también se ha convertido en un frente de la guerra cultural, con los ultraderechistas rechazando la ciencia. En parte porque les disgusta la ciencia en general, pero también por oposición visceral a cualquier cosa que los socialistas apoyen incluidas las medidas contra las emisiones.

Esta dimensión cultural de los argumentos sobre el clima ha surgido en el peor momento posible, un momento en el que tanto el peligro extremo de las emisiones incontroladas como el camino para reducirlas están más claros que nunca. Pero, ni el PP ni Vox lo entienden.

Esta semana, después de la votación que otorgó la presidencia del Gobierno de Aragón a Jorge Azcón y, a falta de conocer los presupuestos, ya han dejado claro la estructura del nuevo gobierno de la comunidad. Y no ha sido para reducir la estructura de la Administración como había prometido Vox, sino para ampliarla con una vicepresidencia y siete Direcciones Generales más, pero, eso sí, fulminando de manera inmediata las direcciones generales de Cambio Climático e Igualdad.

Me figuro que PP y Vox no se han enterado o no se quieren enterar, que julio y agosto han sido los meses más calurosos jamás registrado en todo el mundo, con olas de calor devastadoras en España y muchas partes del planeta. Los fenómenos meteorológicos extremos proliferan cada día más.

Al mismo tiempo, los avances tecnológicos en el campo de las energías renovables han permitido concebir importantes reducciones de las emisiones con un coste escaso o nulo en lo que se refiere a crecimiento económico y nivel de vida, según los economistas, científicos y especialistas.

Sin embargo, las fuerzas políticas ultras tienen bastante que ver con la forma en que la ciencia en general y la climatología en particular se han convertido en un frente de la guerra cultural. Vimos el efecto de esta tendencia contraria a la ciencia cuando las vacunas contra la covid-19 estuvieron disponibles: la vacunación era gratuita, por lo que no suponía ningún coste económico para los individuos, pero la impresión general era que lo de vacunarse era algo que los “expertos” y las élites científicas querían que hiciéramos. En consecuencia, un número desproporcionado de ultras o negacionistas se negaron a ponerse la vacuna y sufrieron tasas considerablemente más altas de muertes que los ciudadanos vacunados.

¿Alguien duda seriamente de que estas actitudes son las que impulsan a las bases de la ultraderecha a oponerse a la acción contra el cambio climático? Muchos ultras o negacionistas cuestionan la realidad del cambio climático y presionan a favor de los combustibles fósiles como forma de “ofender a las élites científicas y políticas”, menos mal que el resultado del 23J ha dado grandes esperanzas a la estrategia climática progresista, ante la posible amenaza de un gobierno del bloque conservador con la “extrema derecha negacionista”.

El hecho de que la guerra climática forme parte de la guerra cultural, nos debe preocupar mucho. Los intereses especiales son capaces de hacer mucho daño, pero pueden comprarse o contrarrestarse con otros intereses especiales. De hecho, una parte importante de la estrategia climática del presidente Sánchez pivota sobre la idea de que las inversiones en energías renovables, que se han disparado desde la aprobación de su legislación, darán a muchas empresas y comunidades un aliciente para continuar con la transición verde.

Estas consideraciones racionales, aunque interesadas, no servirán de mucho a la hora de persuadir a quienes creen que la energía verde es una conspiración contra nuestro modo de vida. Así pues, la guerra cultural se ha convertido en un grave problema para la lucha contra el cambio climático, un problema que, en estos momentos, es realmente lo que menos nos hace falta.

 

 

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