IAM/ALJ Nicolás Maquiavelo fue un diplomático, filósofo político y escritor italiano, considerado padre de la Ciencia Política moderna. Fue asimismo una figura relevante del Renacimiento italiano. En 1513 escribió su tratado de doctrina política titulado “El príncipe”, póstumamente publicado en Roma en 1531.
Erica Benner, profesora de la Universidad de Yale, nos dice que los consejos de este autor del renacimiento deberían servirnos de inspiración y enseñanza para hacerle frente a las actuales amenazas que sufre nuestra democracia. Ella es especialista en la ética del nacionalismo y autora de “Conversaciones con Maquiavelo” publicado en noviembre del pasado año. Como Erica Benner creo que el maquiavelismo está hoy detrás de personajes como Trump, Merkel, Rajoy o Puigdemont: algunos de ellos explotando su lado oscuro y otros su fino análisis de la realidad, porque las reflexiones de Maquiavelo sobre desigualdades y abusos de poder tienen hoy plena vigencia.
Maquiavelo dedicó su vida a tratar de advertir a la gente sobre los peligros que amenazaban sus libertades, aunque se crea lo contrario, porque sus escritos más que una defensa de los déspotas son una astuta crítica de las malas artes en política que tiene plena vigencia en la actualidad: “Quien engaña siempre encuentra a alguien que se deja engañar”, decía. Erica Benner, escribe, que Maquiavelo había aprendido mucho de la historia antigua y deseaba que sus enseñanzas fueran útiles a futuros lectores -vivieran donde vivieran- para que evitaran caer ciegamente en sus respectivas pesadillas políticas. Sobre todo, quería enseñar a la gente cómo enfermaban las democracias y cómo podían curarse. Maquiavelo llega a la conclusión de que las crisis democráticas tienen dos causas especialmente profundas. Una es el sectarismo extremo, que no es lo mismo que las discrepancias entre los partidos políticos organizados, porque la discrepancia es síntoma de buena salud democrática. La enfermedad aparece cuando la gente confunde la sana discrepancia con unos desacuerdos irremediables y empieza a exigir la conformidad ideológica, además de la obediencia. Las demandas de conformidad empujan a los más fanáticos a dividir a la gente en bandos enemigos, y eso va en detrimento de la libertad. La otra gran amenaza para la democracia es la que generan las desigualdades extremas.
Aunque Maquiavelo no era un estricto partidario de la igualdad, sí pensaba que, para evitar la corrupción, las democracias necesitan tener igualdad de oportunidades, porque un exceso de desigualdades destruye la confianza de la gente en el “sistema”. Maquiavelo se dio cuenta de que el increíble poder del religioso y carismático fraile de su tiempo el dominico Savorarola, se producía, más que por sus manipulaciones, por la credulidad de sus seguidores. Unos seguidores indolentes, desinformados o de una ingenuidad solo superada por su irresponsabilidad, como ocurre ahora en Cataluña. Respecto a las desigualdades, Maquiavelo señalaba que, en sociedades de mercaderes y banqueros, con tanta competitividad -hoy habría encontrado muchas similitudes-, todo el mundo se obsesiona con ganar y perder, con las clasificaciones y los títulos, e intenta adelantar a los demás como sea. “Porque a los hombres no les parece que tienen asegurada la posesión de lo que corresponde a un hombre si no adquieren algo nuevo”.
Cosa curiosa es que Maquiavelo era un hombre muy divertido, con un irrefrenable impulso satírico, y sus blancos preferidos eran los gobernantes que no respetaban ningún límite en su búsqueda de un poder cada vez mayor. Los argumentos más enérgicos de “El príncipe” plantean que el utilitarismo egocéntrico es una forma muy poco realista de adquirir seguridad. “Las victorias nunca están aseguradas sin cierto grado de respeto”. ¿Qué pueden hacer los ciudadanos para salvar sus democracias acosadas? Si Maquiavelo viviera hoy, quizá empezaría por decirnos que asumamos más responsabilidad de nuestros problemas, en lugar de culpar a determinados líderes o al “sistema”, porque los ciudadanos que se dejan llevar demasiado deprisa por “grandes esperanzas y promesas deslumbrantes”, a menudo se encuentran después con que “bajo la superficie se esconde la ruina de la República”.
Maquiavelo deja medianamente claro en sus escritos que una democracia basada en las leyes es siempre mejor que un gobierno autoritario: “Un pueblo capaz de hacer lo que quiere no es sabio, pero un príncipe capaz de hacer lo que quiere está loco”. Maquiavelo nos ayuda a interpretar con agudeza las señales de peligro político, y su vida y sus palabras nos enseñan a no crear nuestros propios infiernos políticos, ni a empeorar los que ya tenemos. Hoy hay que volver a leer a Maquiavelo.