Palabras de AMOR en lunes. Por María Eugenia Manzano.

«Porque semos asina, semos pardos
del coló de la tierra,
los nietos de aquellos machos» 

Luis Chamizo. De ‘El miajón de los castúos’
Lunes, 21 de agosto. ¿Por dónde empiezo?
Llegamos a mediodía, a tiempo para apuntarnos al torneo de futbolín. Bajamos de nuevo la cuesta que va de Dios Padre a la plaza y antes del atardecer, a eso de las ocho o así, sacamos a la puerta las sillas y saludamos a los vecinos, a los hijos de los vecinos, a los nietos del tío Carpo, a la hija de Rosario y Ovidio… y después de cenar nos fuimos a bailar a la verbena. Sólo si tienes pueblo, y está en Extremadura, sabes de lo que hablo si digo 15 de agosto. Aquí el tiempo (y la vida) pasan de otra manera. Una se levanta sin prisa, sin obligaciones, sin cobertura, sin haber dormido bien porque después de la orquesta pincharon desde el cassette -ahora el Spotify- de algún coche, y entre los cubatas y el calor, pues es que no se pega ojo. Pero no importa, ya lo sabemos. Esto no ha hecho más que empezar y bajamos a desayunar cada quien más a deshora a la cocina de la abuela Mariana, que parece que va a entrar por la puerta a decirnos que espabilemos, que van a tocar a misa. Y eso hacemos.
Atender al repique de las campanas es tan importante como los vinos de después, como los botellines de cerveza, como quedarse con la charanga sin ir a comer a casa. Cualquier forastero quedará estupefacto por el ritmo suicida de nuestros estómagos, por el fervor del pueblo a la Asunción y a San Roque -a hombros en procesión, echándole la bandera-, por nuestra extraordinaria capacidad de habitar el estado alterado de conciencia a base de vino de pitarra, porque seguimos siendo los mismos, más mayores todos, con la misma celebración de familia, y porque encarnamos a nuestros mayores de una forma intraducible, blindada, que nos vuelve indestructibles. Y no hay postureo que valga porque aquí nos conocemos, sabemos de dónde venimos, no podríamos tapar nuestra sangre ni nuestras raíces aunque quisiéramos, así que, orgullosos de ellas, bailamos los pasodobles, las rumbas, las sevillanas… como bailaron nuestros abuelos. Definitivamente hemos crecido. Hemos enterrado a nuestros padres, a nuestras madres, Gregorio a su hermano José. Y os echamos de menos. A Carlos, a Severino, a Lolo, a Ernesto, a Germán, al compadre Félix, a Celestino. Por vosotros, alegría y honra, ¡gratitud! ¡Que vivan los cebolleros, nacidos y llegados, vosotros! Sois quienes nos precedieron y trajeron hasta aquí. Solo Dios sabe qué clase de seres extremados quiso para esta tierra.
Así, una vuelve a Santa Cruz y se ha hecho adulta, y a la vez sigue siendo la nieta de Celes. Es difícil de explicar. Es el único lugar donde puede pasar eso, igual que otras pocas cosas. Por ejemplo, quedar a cenar y que no lleguen las tencas, y en su lugar encontrar a varias personas hermosas, un plato de queso y jamón, aceite, tomate y pan, y una caja de cervezas. A mi madre y a mi hijo en medio de la misma verbena. La Sierra de Dios Padre al fondo. El jaleo de la plaza, el silencio de la dehesa. Atrevernos a apurar la noche -¡qué calor!- y en un instante preciso que suene Nothing Else Matters. Antes de volver a casa. Antes de que acaben las fiestas.
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María visita a Isabel
Lucas (1,39-56)
En aquellos días, Maria se puso en camino y fue aprisa a la montaña, a un pueblo de Judá; entró en casa de Zacarías y saludó a Isabel. En cuanto Isabel oyó el saludo de Maria, saltó la criatura en su vientre.
Se llenó Isabel del Espíritu Santo y dijo a voz en grito: «¡Bendita tú entre las mujeres, y bendito el fruto de tu vientre! ¿Quién soy yo para que me visite la madre de mi Señor? En cuanto tu saludo llegó a mis oídos, la criatura saltó de alegría en mi vientre. Dichosa tú, que has creído, porque lo que te ha dicho el Señor se cumplirá.»
María dijo: «Proclama mi alma la grandeza del Señor, se alegra mi espíritu en Dios, mi salvador; porque ha mirado la humillación de su esclava. Desde ahora me felicitarán todas las generaciones, porque el Poderoso ha hecho obras grandes por mí: su nombre es santo, y su misericordia llega a sus fieles de generación en generación. Él hace proezas con su brazo: dispersa a los soberbios de corazón, derriba del trono a los poderosos y enaltece a los humildes, a los hambrientos los colma de bienes y a los ricos los despide vacíos. Auxilia a Israel, su siervo, acordándose de la misericordia –como lo había prometido a nuestros padres– en favor de Abrahán y su descendencia por siempre.»
María se quedó con Isabel unos tres meses y después volvió a su casa.

 

9 comentarios

  1. Muy bien
    No puedo opinar otra cosa porque no he sido verbenero de de niño he vivido festejos de este estilo pero responde a la necesidad social de celebrar
    Y tal y como lo cuentas así está en el imaginario
    Y aún cuando ni lo haya vivido ni lo vaya a vivir gracias a tu intervención es como si tuviera en la mano el porroncillo de tinto con gaseosa, ahora llamado tinto verano , y el Chicharillo escabeche con cebolla, rico rico que tan difícil es de encontrar
    Ole por hacernos revivir
    Gracias chata

  2. Los pueblos y sus tradiciones, nuestras raíces… qué bonito vivirlo y revivirlo. Y qué importante no olvidar de dónde venimos y transmitírselo a los nuestros

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