Palabras de aMor en lunes. Por María Eugenia Manzano.

Ella era el último miembro de una raza solitaria y sutil. Era una flor que Alejandría había tardado trescientos años en producir y que la eternidad no puede marchitar. Y se abrió ante un soldado romano, sencillo pero inteligente…  E,M.Forster, Alexandría
Lunes, 16 de diciembre. Si cierro los ojos, lo veo. La película se muestra ante mí, rodada con cámara rápida, una secuencia tras otra. El transcurso de los acontecimientos. Los capítulos conectan, desordenados, algunos que no recuerdo. Yo jugaba con Manuel. Canté por dentro a Lucía. Cantaba. Aún puedo oler esa piel. La de nada más parir, la del principio. En el principio sólo somos piel, dice María. Y lo del tacto. Tres semanas tardamos en construir la estructura del tacto. Y yo digo el tacto interior, el canal donde todo pasa, la puerta de acceso, el reino. Vé y díselo. Y lo veo.
De pronto la oscuridad se vuelve densa, el paso estrecho. Señores en torno a una mesa en su reto cruel sin fin absurdo de medirse en quién la tiene más larga, y escupen su frustración sobre el rostro de una mujer. Luto. Como el del Nilo. Egipto convertido en sepulcro. Mantilla negra, crespón, muerte sobre el amor ingrato. Negro de la cabeza a los pies, luto. La madre del hijo de César envestida de silencio. Y eso también pasó. Y fue así.
Después, un horizonte abierto, verde, blanco, azul, amplio… huele al canto de los pájaros. Me estiro como una sirena, los pies en puntillas, los brazos a lo largo, la cabeza erguida hacia atrás. Veo a la que conquistó un peldaño, y luego otro. Reconocimiento, reverencia. A la que desnuda subió al púlpito y proclamó amen, amén, amen, y que hemos venido a esta tierra a servir a lo que se nos mande. Qué resignificación, qué alegría, qué alabanza. Qué bendita seas, qué bonita. Veo a la que se pone de pie y a la que se arrodilla. A la que inicia la danza de Gabriel.
Si alguien quiere saber qué es el amor, no diga nunca que fue un sueño. Ay, Marco Antonio. El brazo del héroe que soñé de niña. ¿No sientes el oleaje? ¿el gemido de los huesos, del músculo, de los tuétanos?… ¿Y el suave latido del mar? Deja que me seque, que me arrope en una manta. Deja que no diga nada.
Si cierro los ojos, lo veo. Ya fue. Así ha sido. Que la historia sea la que habla.


Él la veía a través de sus ojos nublados, la sentía en los estertores de su dolor, la buscaba con sus gemidos entrecortados.
– Esta herida es como un pozo de cal viva. ¡Arde como ella! Pero estoy satisfecho porque mi brazo todavía tiene fuerza para hundir la espada.
– Tu brazo es el del héroe que soñé de niña.
– Cuando te vi por primera vez, Cleopatra. Cuando eras la más bella entre las flores del César.
– ¡Y tu eras tan hermoso Antonio! Estabas hecho a la altura de Alejandría.
– Cleopatra y Alejandría. Las dos me habéis atormentado hasta la muerte. ¿Cómo podía saber que, al abandonarme todos mis dioses, sólo vosotras quedaríais para velar mi sueño eterno?
– Siempre es desvelada la noche del que ama.
– Si alguien quiere saber qué es el amor, no diga nunca que fue un sueño. Cuando todos mis otros sueños fracasaron, éste existió con tanta fuerza que, al morir, lo invoco como el único dios que dirigió mis caminos…
Levantó la cabeza, ayudado por la manos de Cleopatra. Sus labios se encontraron en un beso que tuvo la duración de todos los siglos del pasado.
Y de repente, ella supo que Antonio se había ido.- Tiempo, detén tu curso sobre este instante. Escucha mi mensaje, dulce Antonio. Nunca sabrás cuánto te amó la reina de Egigto, Nunca sabrá el mundo cuánto agradecí el haberte amado. Por ti llegué a conocer todas las formas del amor. ¿Qué otro mortal podrá decir lo mismo? Te amé cuando eras joven y arrogante, te odié cuando te fuiste de mi lado, te deseé cuando fuiste vencedor, me enternecí cuando te vencieron. Conocí el arrebato de la pasión, los fuegos del deseo, la ternura de la resignación, la serenidad de la lástima… Todo lo tuve por ti. Ya sólo queda una forma de amor, y está en manos de los dioses. A ella me dirijo, Antonio. Es el amor que vibra más allá de las constelaciones, en el lugar donde se encuentran para siempre los amantes…
Se levantó con la mirada perdida en la distancia. Abrió las manos, la palma afuera, indicando a sus doncellas que no se atreviesen a interrumpir ninguna de sus acciones. Así llegó hasta la mesa de ofrendas y tomó la daga depositada junto a unos jarrones pródigos en frutos que podrían servirle en el más allá.
– ¡Toca, Ramose! Toca la canción de Marco Antonio. !No te detengas!
Se abrió la túnica y sus senos vibraron como si fuesen a darse al amor.
-¡Dioses perversos! !Este es el grito de Cleopatra!
Con una mano apretó fuertemente el seno que brotaba de la parte izquierda de su cuerpo y, con la otra, le aplicó la daga. Echó toda la cabeza hacia atrás, hundió la hoja con mayor fuerza y, finalmente, la hizo girar sobre si misma hasta que una parte del seno cayó a sus pies, destrozado.
Se arrojó al suelo, retorciéndose en su propia sangre, aullando con toda la desesperación que hasta aquel instante había conservado callada, protegida por el pudor y la valentía.
– ¡Junto a Antonio! -gritó-. ¡Llevadme junto a Antonio, hermanas!
La arrastraron hasta el cadáver. Y ella, forcejeando contra el dolor, se arrojó sobre aquella herida y vertió en su interior la sangre que continuaba manando de su cuerpo. Y al verse completamente integrada a la sangre de Antonio se desmayó.
Con el correr de los días, la vida se convirtió en una cruel prolongación de aquel desmayo. Ya sólo quedaba aguardar las ordenes del nuevo dueño de Alejandría.
Terenci Moix
No digas que fue un sueño

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