Palabras de AMOR en lunes. Por María Eugenia Manzano.

Lunes, 4 de septiembre.
Si hay un mes capaz de tocar la fibra, es este. Vuelta a casa, comienzo de curso. Despídete del verano, aunque llegue hasta el 23, y encima con este cielo y la lluvia en media España, jarreando sobre Madrid, cargándose hasta el teatro. No hay derecho. Ni el diciembre lacrimógeno gana a este bendito mes, empeñado en recoger la sombrilla, la esterilla (¿alguien con menos de 30 identifica ‘esterilla’?), el pareo, el protector solar… y cambiarlos por libros de texto. Pues bien, este año, esta vez, no ha sido bastante con eso.
Una vuelve, frente marchita, a encararse con septiembre, y antes casi de que empiece, tiene que despedir a Javier. A Javier, el que se fue a Honduras, que ahora se va a Guatemala, mi amigo, mi socio, Ratón, no sabes lo que te quiero ni lo que te voy a echar de menos, aunque no pienso dejar de invertar cosas contigo… sólo por el placer de crear algo tú y yo.
Pero no es una despedida cualquiera. A alguien que ha conquistado el top de los desapegos, cambiar de país como de muda, disfrutar de un Tegus-Burgos que dura apenas tres meses y conseguir que su vida quepa en un baúl y cinco cajas, no se le despide, se le brinda una botella de tinto Ribera o Arlanza, y las cañas que hagan falta. Y con lágrimas en los ojos, en un semáforo en rojo, cuando lo último que se le escucha es «socia, te quiero mucho», se le llora, sí, se le llora, antes de volver a casa, y dar la bienvenida a septiembre. Si es que va a ser verdad lo que dice Rocangliolo, que el peso de toda una vida no debería superar los 32 kilos, y yo, a la vista de lo de mi socio, me digo que a la mía le queda todavía mucho por aligerar.
Ojalá algún día te alcance, en esto y en tantas cosas, y reparta yo los libros que tú me has dejado hoy. Gracias por todo, mi socio, por tanto, mi querido Javier, y por el texto que acompaña.
Buen viaje tengas, buen lunes.
Y que podamos estar bien hoy.
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Fluir
Mihaly Csikszentmihalyi
La solución es liberarse de forma gradual de las recompensas de la sociedad y aprender cómo sustituirlas por recompensas que estén bajo el poder propio de uno. Esto no significa que debamos abandonar todos los objetivos que nos propone la sociedad; significa que además, o en lugar de los objetivos con los que otros nos seducen, deberemos desarrollar unos objetivos propios.
El paso más importante para emanciparse de los controles sociales es la habilidad de encontrar recompensa en los acontecimientos de cada momento. Si una persona aprende a disfrutar y a encontrar significado en la corriente incesante de experiencias, en el propio proceso de vivir por sí misma, el peso de los controles sociales cae automáticamente de nuestros hombros. El poder regresa a la persona cuando las recompensas dejan de estar delegadas a fuerzas externas a ella misma. Ya no es necesario luchar por objetivos que están alejándose en el futuro y finalizar cada aburrido día con la esperanza de que tal vez mañana suceda algo bueno. En lugar de estar siempre esforzándonos para alcanzar el premio que, como en el suplicio de Tántalo, está fuera de nuestro alcance, uno empieza a recoger las recompensas verdaderas de la vida.
Pero no es abandonándose a los deseos instintivos como nos liberaremos de los controles sociales. También debemos independizarnos de los dictados del cuerpo, aprender a tomar el control de lo que sucede en nuestra mente. El placer y el dolor suceden en la conciencia y existen sólo en ella. Mientras obedezcamos los hábitos de estímulo-respuesta socialmente condicionados que utilizan nuestras inclinaciones biológicas, estaremos controlados por el exterior. Mientras un anuncio deslumbrante nos haga salivar de deseo por el producto que anuncia o una bronca del jefe nos amargue el día no seremos libres para determinar el contenido de la experiencia.
Y ya que lo que experimentamos es la realidad, al menos en lo que a nosotros concierne, podemos transformar la realidad con todo cuanto podamos influenciar en lo que sucede en la conciencia y así nos liberaremos de las amenazas y los halagos del mundo exterior. “Los hombres no tienen miedo de las cosas, sino de cómo las ven” dijo Epicteto hace mucho tiempo. Y el gran emperador Marco Aurelio escribió: “Si te sientes dolido por las cosas externas, no son estas las que te molestan sino tu propio juicio acerca de ellas. Y está en tu poder el cambiar ese juicio ahora mismo.

Un comentario

  1. Esta lluvia desigual que tanto bien hace, y tanto mal a veces; estas tempestades, o cambios climáticos, o llámalo H tienen cierto parecido con los amigos conocidos o compañeros
    , Unas veces bien y otras no tan bien

    Pero la vida sigue
    Hasta que deja de seguir o de ser vida
    Con el cariño de tus admiradores

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