«Hay una vitalidad, una fuerza viva, una energía, un despertar que tú traduces en movimiento; y como no hay nadie igual que tú en el mundo, tu expresión es única. Si la bloqueas, no hallará otra vía para mostrarse y se perderá, el mundo no la conocerá.
No es asunto tuyo determinar si es buena o valiosa en algún sentido,
ni si resiste comparación con otras.
Debes velar porque sea realmente tuya, clara y directamente, mantener el canal abierto».
Zadie Smith (de las memorias de la coreógrafa Martha Graham)
Recuerdo esta pieza de Banksy en la exposición de Madrid, hace unos cuantos años. En medio de la sorpresa y la sonrisa que despierta la obra de este vándalo genial, aparecía un grupo de presas en un campo de concentración, vestidas con pijamas de rayas, detrás de una alambrada, y los labios pintados de rojo. El impacto que hoy causa en mí vuelve a ser insondable. Debajo se podía leer el texto que a continuación te ofrezco, este lunes último de febrero, en forma de Palabras de AMOR.
A la vez, leo la cita de Martha Graham «mantener el canal abierto» y me digo que así es, no podemos despistarnos de nuestro llamado en esta vida, legítimo, singular y único, y de la responsabilidad que tenemos con él. Más allá de hacernos auténticos, nos hace seres humanos en toda su trascendencia. Y su alcance es infinito.
Detrás de cada uniforme, de cada pijama de rayas, del intento de arrancarnos nuestra identidad esencial, existe la voluntad de atender a lo que esta vida espera de cada quien, lejos de lo que tal vez andamos pidiendo a la vida, y ponernos al servicio. Es la última de nuestras libertades, de la que nadie, ni en el momento más duro, podrá despojarnos jamás. Que un pintalabios rojo sirva hoy de testigo.
Te deseo un lunes bueno, que puedas para un instante y conectar contigo mismo.
Y que hoy también estés bien.
Extracto del diario del teniente coronel Mervin Willett Gonin, uno de los soldados británicos que liberó el campo de concentración de Bergen-Belsen en 1945
«Me es imposible describir de forma adecuada el Campo de Horror en el que mis hombres y yo pasamos el siguiente mes de nuestras vidas. No era más que un páramo, tan pelado como un gallinero. Los cadáveres estaban por todas partes, algunos en gigantescas pilas, otros yacían solos o en parejas allí donde hubieran caído. Nos llevó un tiempo acostumbrarnos a ver cómo hombres, mujeres y niños se desplomaban al pasar junto a ellos y contenernos para no acudir en su ayuda. Pero no era fácil ver a un niño asfixiarse hasta morir; se veía a mujeres ahogándose en su propio vómito por estar demasiado débiles para darse la vuelta, y a hombres comiendo gusanos mientras agarraban un trozo de pan simplemente porque habían tenido que comer gusanos para sobrevivir y ahora apenas veían la diferencia.
Fue poco después de que llegara la Cruz Roja británica cuando llegó una gran cantidad de barras de labios. Esto no era en absoluto lo que queríamos nosotros, los hombres, que clamábamos por cientos y miles de cosas más, y no sé quién pidió las barras de labios.
Pero me encantaría saber quién lo hizo; fue obra de un genio, inteligencia en estado puro.
Creo que nada hizo más por estas internas que esas barras de labios. Las mujeres se tumbaban en la cama sin sábanas ni camisones, pero con los labios rojos; las veías deambular sin nada más que una manta por encima de los hombros, pero con los labios pintados de rojo. Por fin alguien había hecho algo para convertirlas de nuevo en individuos; eran alguien, ya no solamente un nombre tatuado en el brazo. Por fin podían interesarse por su apariencia.
Esa barra de labios empezó a devolverles su humanidad».