Quién tiene un adolescente en casa o recuerda su adolescencia, sabe lo importante que son en esa fase vital los espejos. En esa época de rápidas y drásticas mutaciones, los humanos en evolución necesitamos espejos para intentar entender y aceptar día a día la metamorfosis de nuestros cuerpos.
Pues eso mismo pasa en el cielo. Las nubes adolescentes se han puesto muy pesadas y han pedido, incluso exigido, poderse mirar en un espejo.
El cielo, cansado de escuchar sus demandas, ha decidido complacerlas. Sin embargo, esto no es nada fácil, incluso para él.
Esta mañana ha sido el día elegido. Las teenagers celestiales estaban emocionadas.
Los preparativos han sido numerosos. Por una parte, las otras nubes tenían que desaparecer. Cuando están todas mezcladas, la silueta de cada nube no puede percibirse sobre fondo azul. Han tenido que mandar al resto a llover o a dormir a otro lado.
Por otra parte, ha tenido que intervenir la luna, que tomando su forma llena y ha conseguido una oscilación máxima de la marea.
A la hora prevista además, el mar ha retrocedido al máximo en su momento de marea baja, dejando un inmenso lienzo de arena mojada en la orilla para acoger el fenómeno.
Las olas han llegado con poniente suave humedeciendo con una capa de agua fina e uniforme para poder reflejar el cielo.
Por último, el sol, recién salido, ha permanecido descubierto pero sin demasiado protagonismo, ofreciendo la cantidad de luz justa para el buscado efecto.
Y voalá, sobre las 9.00 de la mañana, cuando salían al recreo, las nubes han aparecido en el cielo y han conseguido ver su forma reflejada en la orilla en el más perfecto espejo.
Como querían tener un recuerdo, y debido a mi innegable afición y perseverancia en la contemplación de prodigios celestiales, me han nombrado cronista del momento.
