El segundo mandato de Trump en la Casa Blanca ha hecho pensar a muchos ricos y poderosos que ya no necesitan el discurso de la filantropía, el altruismo, la inclusión, la equidad, o la caridad.
En otros tiempos, cuando estaba de moda, se apuntaron, pero ahora no necesitan disimular más, por lo que todo su apoyo moral y económico ha vuelto a sus orígenes, al capitalismo más despiadado y duro, el de Trump.
Así que, hemos pasado de un “capitalismo de rostro humano” o “woke” al más despiadado, en el que el rendimiento de las empresas, la maximización de beneficios a corto plazo, es la única forma de medir el éxito, la única misión.
Esa visión de Trump, imperialista y avasalladora, piensa que el Estado de bienestar promueve comportamientos parasitarios y amenaza la iniciativa individual, por lo que hay que propugnar la liberación de las ataduras regulatorias y el autoritarismo de los hombres fuertes que imponen su forma de ver las cosas.
También ha vuelto con fuerza el “efecto Mateo”, dar al que más tiene, y quitar al que tiene menos para dárselo al que tiene más. La filósofa estadounidense Nancy Fraser lo denomina el “capitalismo caníbal”, porque la búsqueda del beneficio justifica que sea explotado y destruido todo lo que permite extraer plusvalías: el trabajo, los datos, la naturaleza, la inteligencia, la vida privada, etcétera.
En 2019, poco antes de la pandemia y el gran confinamiento, la parte más inteligente de la cúpula empresarial americana atisbó que podría producirse un cambio político, y que los demócratas (Joe Biden) quizás destronaran al primer Trump. Así transmutaron generando un movimiento académico-empresarial-mediático para que el poder económico se adaptase al poder político.
Ya no se trata de una crisis de la socialdemocracia, como se comentaba hasta hace poco, sino de una crisis del liberalismo, o más claramente una crisis del orden internacional basado en reglas. Una crisis muy virulenta.
Un eurodiputado de derechas, Esteban González Pons, que actuó de portavoz del PP en Bruselas, calificó a Trump de “macho alfa al mando de una manada de gorilas”, y llamó la atención sobre algo particularmente acertado: el poder de Trump se fundamenta en crear un caos circundante.
A ese caos intencionado debe enfrentarse Europa, de nada servirán las serviles alabanzas a Trump de Isabel Díaz Ayuso o Esperanza Aguirre. Alberto Núñez Feijóo debería darse prisa en escuchar a González Pons, si quiere que se le oiga en Bruselas, porque, de momento, la única voz española que suena en la Unión es la de Pedro Sánchez, con un discurso fuertemente europeísta y un papel cada día más interesante.
A la espera de que una posible y ansiada reacción estadounidense coja fuerza, importa mucho lo que ocurra en Europa en las próximas semanas. Sobre todo, lo que ocurra el domingo 23 en Alemania: saber hasta dónde llega la ola de la ultraderecha (AfD) en la que se refugian los nostálgicos del nazismo; cuál es el nivel de apoyo que mantiene la socialdemocracia y si el candidato de la CDU ha aprendido la lección que le dio su partido recientemente y no aceptará nunca más el apoyo, ni tan siquiera indirecto, de la AfD.
Importa saber hasta qué punto Donald Trump presionará a Europa y con qué instrumentos, y hasta dónde la UE estará dispuesta a hacer respetar con rigor sus propias leyes. ¿Utilizará las grandes multinacionales tecnológicas de sus amigos para que se comporten a su antojo en la Unión?
La amenaza al orden internacional liberal que se presentaba hasta hace poco como no occidental (China y Rusia) ha pasado a tener otro protagonista, inesperado, Estados Unidos. Ahora no es una amenaza externa, sino interna e impredecible.
El unilateralismo de Trump ha hecho añicos en tres semanas el consenso posterior a la Segunda Guerra Mundial. A la espera de su plan para Ucrania, la nueva era apunta de forma devastadora a Oriente Próximo. Lejos de contribuir a una paz justa y duradera, su propuesta de limpieza étnica en Gaza debilita el ya precario alto el fuego, agrava el drama de los palestinos y perpetúa la inestabilidad en una región arrasada por décadas de conflicto.
Hoy, más que nunca, es crucial que Europa asuma un papel activo en la geopolítica global, demostrando no solo su determinación para defender sus principios, sino también su disposición a contrarrestar las acciones unilaterales de otros países.
Mientras desdeña los valores que encarnan instituciones como el Tribunal Penal Internacional, la OMS o la propia UE, Trump muestra una admiración desinhibida hacia el estilo de liderazgo de autócratas que, como Putin o Xi Jinping, emplean su mismo lenguaje: el de la fuerza.
Frente a esta realidad, la UE no puede seguir siendo una espectadora. Es hora de que despliegue su fortaleza como potencia económica -y su capacidad para alcanzar tratados con terceros países-, haciendo valer su poder regulatorio frente al trumpismo tecnológico de las grandes plataformas.
Europa debe desarrollar su autonomía en materia de defensa y tener de una vez por todas una política exterior común, algo que hizo en Ucrania, pero no en Gaza. Europa debe despertar, sino quiere ver como Trump pone fecha de caducidad al periodo de paz y prosperidad más largo de nuestra historia, Europa debe despertar ya.
Un comentario
Capitalismo caníbal?? No hay de qué preocuparse..en este país el socialismo está más que instalado cómodamente. La mitad de lo que ingresas lo reintegras en distintos impuestos. Qué carajo es eso de capitalismo caníbal?? Y por cierto…los aranceles de Trump están más cerca del capitalismo o el socialismo? Preguntamos a Adam Smith????