Palabras de aMor en lunes | 90 segundos. Por María Eugenia Manzano

«En cuanto ella nació, ya nunca dejé de tener miedo» Joan Didion
Mi madre tenía una bata rosa y unos zuecos blancos cuando volvió del hospital. Pesaba seis o siete kilos menos y llevaba sangre que no era suya. Yo la perseguía por la cocina mientras ella escuchaba Radio España, FM, Los Peleones, en la 97.2 y me aprendí la sintonía de memoria, las canciones número uno de las listas de éxitos de 1.980 y una palabra nueva, transfusión. He olvidado ya cuántas bolsas le pusieron pero fue una de las cifras más importantes de mi vida con seis años.
Mi hija nació con unos ojos enormes y la misma cara que mi abuela. Las cuatro pertenecemos a una estirpe de mujeres con los pómulos redondos, los labios carnosos y otros rasgos raciales difíciles de disimular, aunque alguna vez lo hayamos preferido.
De cualquier forma, hace tiempo comprendí que de ellas viene mi valentía y que de no haber sido por mi madre no hubiera aprendido a volar. Ella me tejía las alas mientras yo quería comerme el mundo y abrió un contenedor enorme para que depositara en él la basura de mi adolescencia. Cuando una tiene quince años necesita a quien parecerse y a quien poder echar su mierda, y que coincida en la misma persona. Mi madre lo consiguió. Yo aún estoy en ello.
Mientras a mí me llevaban a la habitación recién parida, mi madre pegó la nariz en el cristal de la sala donde estaban los nacidos esa noche y reconoció a su nieta.
Sé que mi madre era demasiado joven para ser madre. No le gustaba coser, ni cocinar, ni había elegido hacer de madre, pero fue capaz de todo. Ahora me ha demostrado que cualquier fracaso, error u olvido capaz de llegar a abrumarnos durante la maternidad tiene una oportunidad nueva a la vuelta de los sesenta, cuando ya nos hemos quitado la culpa que los hijos solemos echar en los hombros de nuestra madre. Y eso me reconforta.
Felicidades, mamá.
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Ma mère 
(Madre, entre el sol y la noche) 
Stéphane Servant
Mi madre
tiene el corazón
entre el sol y la noche.
Resplandeciente como la luna.
Sombrío como el ala de un cuervo.
Un pequeño detalle
que hace su risa salvaje.
Y su tristeza tormentosa.
Mi madre tiene el amor a flor de piel.
Un jardín entero.
Plantas silvestres, brazo, lilas o cardos.
Una se puede raspar,
acurrucar o pinchar.
Muy pronto, mi hermano y yo aprendimos
a cuidar el jardín.
Mi madre tiene en el corazón
un zorro agazapado
en su madriguera
todo el invierno.
Y yo me acurruco
entre sus patas
bien calentita.
Podrían pasar mil años.
Mi madre
tiene en el corazón
una loba hecha un ovillo.
Que a veces, en verano, la arrastra
a bailar y cantar
en los bosques oscuros.
Yo me quedo esperando
y no puedo evitar
sentir escalofríos cuando pienso
que quizá no vuelva jamás.
No tengo miedo a la oscuridad.
Tengo miedo del día
en que ella quizá no sepa regresar.
No tengas miedo, me dice mi madre.
Cuando tú naciste
me tatué en el corazón
un canto de pájaro,
tu primer grito,
una estrella de rocío.
Tu cara adorada.
El camino hacia ti
no lo olvidare jamás.

 

4 comentarios

  1. Sobrecoge
    Cierro los ojos y creo comprender,como hombre,a todas las que han sido madres o lo van a ser

    Y a las que nunca gozarán de latido en su vientre. El latido de la vida.
    Y también a las que más nos conocieron, las nuestras, y que nos dejaron hace muchos años y nunca se fueron del todo
    Enhorabuena por tu artículo, artista, y un beso al cielo a todas

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