Desde Tarifa a Bilbao, quince días en carrera por los refugiados

Este martes toca Aranda de Duero (Burgos), a donde Pasarín ha llegado en torno a las 13.00 horas en una etapa de 53 kilómetros de nada, que afronta como de descanso antes de entrar en el final de su solidaria aventura que tiene como meta Bilbao el día 27, en la que le esperan trayectos más duros como los 86 kilómetros que afrontará el miércoles.Pasarín es cocinero en una empresa que hace menús para escolares en Euskadi pero desde hace cinco años entrena a diario para su otra pasión, el ultrafondo, que desde hace un tiempo aprovecha para una causa solidaria, la de los refugiados, según refiere en entrevista telefónica con la Agencia Efe.Fue su hermana, que trabaja en la Comisión Española de Ayuda al Refugiado (CEAR) en Euskadi la que se lo propuso y el se dejó querer gustoso; tanto es así que el pasado año ya se embarcó en recorrer 591 kilómetros en el País Vasco, pasando por 112 localidades, y éste le ha dado por atravesar España.Además, “amenaza” con que su próximo objetivo sea llegar a Bruselas.Esto “sólo se le puede ocurrir a uno de Bilbao”, le dicen los que conocen sus inquietudes y esas etapas de más de 80 kilómetros que hace la mayoría de los días “sin asistencia”.De la mano de CEAR y con el lema “¡Más kilómetros, Más Refugio!”, la iniciativa se acompaña de una campaña de microdonaciones con el objetivo de que cada kilómetro de los 1.170 que recorrerá se convierta en una ayuda para las familias refugiadas que huyen de sus países por conflictos bélicos, víctimas de graves violaciones de derechos humanos y que residen en el centro de acogida que la citada comisión tiene en Getafe (Madrid).Aunque la campaña de microdonaciones está algo “atascada”, el objetivo es llegar a los 3.000 euros por kilómetro recorrido, lo que daría para mantener a 90 refugiados en el centro de CEAR de Getafe durante tres meses, refiere Pasarín.Arrancó en Tarifa el pasado 12 de junio y el 27 concluirá con un gran recibimiento el Teatro Arriaga de Bilbao: veintiocho maratones seguidos uno detrás de otro.Comienza su andadura antes de amanecer, entre las cuatro y las 5.30 de la mañana, para no pillar el sol; un madrugón que “tiene arraigado” ya que es el mismo que le requiere su otro “duro” trabajo, aunque en este caso por “obligación”, de “cocinero”.Y llega, tras ver todos los días amanecer e incluso haber cambiado de estación, en torno a las tres o cuatro de la tarde al final de su etapa.Andalucía le salió “bueno”, con un nublado que le permitió hacer sin problemas los 86 kilómetros de la etapa de Córdoba; en Castilla-La Mancha le cogió ese “calor silencioso de doce a dos que mata”, por montes en los que “no hay nadie”, “por parcelarias”, con trayectos de hasta 30 kilómetros sin un alma que le obligaron a llevar hasta tres litros de agua para pasar el recorrido.

Estoy pensando en atravesar Europa”, dice como de pasada cuando aún tiene el cansancio en las piernas y no ha llegado a su meta en Bilbao.En esa ciudad tiene a un grupo de trece chavales de Mali con los que sale todas las semanas al monte: sabe de primera mano lo que es tener que huir de un país y lo que significa ser refugiado.

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