Palabras de A M O R en lunes. Por Jeff Foster

Por María Eugenia Manzano
Amanece este lunes de junio y me permito llegar a este espacio para traer un momento de pausa.
Te invito, por un instante, a parar.  ¿Cuántos planes tienes ya? ¿Cuánto tiempo crees que te falta?
Agenda, reloj, horario. El hacer, el quehacer, las prisas,
Y en medio del torbellino, tú.
Respira.
Observa el momento presente y mírate a ti. Contempla tus manos perfectas, tus dedos. Tus piernas que te desplazan, tus brazos que te rodean. Tu cuerpo.
Atiende a tu respiración, a tu latido constante. ¿No percibes el milagro?
Si puedes, toma aquí aliento.
Y ya puedes proseguir.
Que este día para ti sea bueno.
Y que hoy también tú estés bien.
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«El yoga de las relaciones»

Las relaciones más sanas son aquellas que son honestas, las que se basan en la presencia, en vez de en la fantasía o falsas esperanzas. Y las que poseen un profundo compromiso con la verdad. Donde dos almas pueden compartir y manifestar sus seres auténticos, en tiempo real con el otro, revelar sus verdades más profundas (salvajes, desorganizadas, irresolutas, inacabadas y ásperas en los bordes) y continuamente dejar ir las ideas condicionantes y preconcebidas sobre cómo las cosas «deberían ser».

La relación se renueva todo el tiempo en el crisol de la intimidad. Puede haber rupturas, malos entendidos, intensos sentimientos de duda, enojo, miedo, ansiedad y sensación de no tener algo firme de que agarrarnos en el camino, por supuesto; pero también hay una voluntad mutua de enfrentar este desorden cuando emerge.
Ser vulnerable. Decir «Sufro. Siento dolor. Siento una profunda tristeza» en vez de culpar al otro por mi dolor. Decir «necesito algo de apoyo» pero no demandarlo del otro. Compartir deseos, esperanzas, anhelos y sueños en vez de ordenar al otro que vea las cosas del mismo modo o que colme todas mis necesidades.
Recibir su «no» y su «sí» incluso si eso me duele. Permanecer en el crisol de la transformación. Observar con los ojos bien abiertos la presente ruptura, sin mirar a otro lado o aferrarnos a la forma en que las cosas «solían ser».
Dejar que se consuman los conceptos de segunda mano sobre la felicidad. Esta es una relación que está viva y genera espacio para nuestros anhelos más profundos, nuestros miedos y dolores pero que no espera que el otro los resuelva o aleje mi dolor.
«Te amo y quiero que florezcas». Las relaciones pueden ser el nuevo yoga, sí, una nueva aventura cada vez más profunda y de redescubrimiento de nosotros mismos y del otro en continuo dejar ir y encontrarme, una danza de soledad y compañía, sin perdernos en ningún extremo sino jugando en algún sitio del medio. Algunas veces estando juntos, algunas veces alejándonos. Cercanía y espacio.
Estamos a salvo de todos modos. Nadie nos va a completar. Nadie nos va a salvar. Sin embargo, nos pueden dar el presente de exponernos a nuestras heridas, a nuestro niño interno, a esos fragmentos perdidos. Y de traer a la superficie los lugares dentro de nosotros que lloran a viva voz por empatía, esos hermosos huérfanos de la luz.
Y luego ¡un riesgo! Exponer nuestros corazones en carne viva, nuestra soledad, nuestra vulnerabilidad, nuestra sensibilidad, nuestro no saber, nuestra alegría, esos secretos que nos avergüenzan, a otro ser humano de este pequeño planeta azul en la vastedad del espacio.
Quitarnos la máscara y exponer el corazón sin protección, sin defensas. Arriesgarse a ser rechazado, a ser dejado solo, avergonzado o ridiculizado. Arriesgarse a no repetir lo mismo que otras veces tal vez.
Pero hay un riesgo tal vez mayor: ¡el de ser amados por lo que somos! El de ser sostenidos en la luz cegadora de la atención fascinante de otro, con un bebé es sostenido en brazos con tanta ternura por su adorable y atenta madre. A ser encontrado en el momento presente, sin lugar donde esconderse, sin ningún otro sitio a donde huir. Dejar entrar lo Nuevo.
Arriesgarse a perder la imagen, el falso yo, la persona construida cuidadosamente y permitir que otro abrace esta suavidad de aquí. Esta es la posibilidad más grandiosa de una relación: poder ver el exquisito y delicado corazón del otro y permitir que vean tu propio y suave corazón. En ese ver sólo puede haber sanación, transformación y gran belleza.

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