Te escribo desde la indignación y, al mismo tiempo, desde el miedo. Hoy, mientras conducía por la N-340 a la altura de Tarifa, apareciste tú, rugiendo con tu Porsche como si la carretera fuera solo tuya. Nos adelantaste como un relámpago, zigzagueando entre coches, desafiando cada curva y cada norma de tráfico, como si fueras inmortal… y como si nosotros fuéramos invisibles. Al ver las imágenes lo volví a sentir todo.
No te conozco, no sé tu historia, pero sí sé que en esos segundos en los que pasaste a nuestro lado sentí el corazón en un puño. Sentí cómo el coche temblaba por la estela de tu velocidad y cómo una simple decisión tuya podía cambiar para siempre la vida de cualquiera que compartiera contigo ese tramo de carretera.
¿Sabes lo que vi en tu conducción? Arrogancia. Desprecio por la vida ajena. Un desafío inconsciente a la tragedia. Porque por muy potente que sea tu coche, por mucho que sientas que controlas, la física siempre gana. Y cuando gana en la carretera, no solo se lleva al imprudente: arrastra a inocentes que solo querían llegar a casa.
Te lo digo con rabia, pero también con un deseo sincero: frena. No por las multas ni por el qué dirán, sino porque detrás de cada volante hay una familia, unos amigos, una historia que merece seguir. Tarifa no necesita que la N-340 se convierta en tu pista de carreras; necesita que todos volvamos enteros a casa.
Ojalá estas palabras te alcancen. Ojalá entiendas que la verdadera fuerza no está en pisar el acelerador, sino en respetar la vida que corre a tu lado. Porque tu Porsche impresiona… pero nada impresiona más que la cordura.
Firmado:
Un conductor que solo quiere volver a casa