En la frontera Sur . Por: Ángel Luis Jiménez

IAM/ALJ Las fronteras se han convertido hoy en el problema más acuciante de España, Europa y el Mundo. Según la Agencia de la ONU para Refugiados (ACNUR) hay ahora mismo 68,5 millones de desplazados, forzosos, por diferentes circunstancias.

 

 

Una cifra récord en la historia de la humanidad. Las fronteras están en tierra o en el mar, pero también muy dentro de nosotros, lindando con la indignidad de nuestra indiferencia. La solución a este grave problema no estriba solamente en posiciones humanitarias, que también, ni gestos simbólicos, más allá del alcance y de la importancia que tengan.

Se trata de una cuestión extraordinariamente difícil de solucionar para la que se necesita una verdadera revolución mental europea. Por eso, es responsabilidad de los Gobiernos explicar a los ciudadanos una cuestión tan compleja como la migración, debida fundamentalmente a egoísmos comerciales y económicos habidos con países africanos faltos de ayuda y donde ahora reina la guerra, la sequía o el hambre.  Y digo revolución mental europea por dos razones principales, porque los flujos demográficos desembocan, y seguirán haciéndolo, en Europa, y porque sin Europa, es decir, sin la unión de los europeos, no se podrán gestionar, controlar, orientar y mitigar estos flujos de un África subsahariana que quiere vivir dignamente y que por el fracaso generalizado de sus gobiernos y su escaso desarrollo económico hace que impere la huida global de sus poblaciones y la consecuente búsqueda a cualquier precio, incluida la muerte, de una nueva vida. Más de 3.000 han sido los ahogados en 2017 en el Mediterráneo intentando llegar a Europa. Los gestos del Gobierno español autorizando la llegada a Valencia y Barcelona de inmigrantes recogidos en situaciones dramáticas no es la solución, pero si una llamada a la decencia europea frente al auge de la indiferencia generalizada de países como Italia, Austria, Polonia o Hungría.

La Comisión Europea tendría que castigar a los países que no acepten la solidaridad europea y, sobre todo, sus valores, porque incluso culpabilizan a los inmigrantes diciendo: “para que vienen”. Me quedo perplejo.Pero eso sí, a corto plazo, habría que organizar mejor la acogida de inmigrantes, respetando siempre los derechos humanos, sobre todo en el Campo de Gibraltar, donde hacen falta instalaciones de acogida dignas y permanentes, que no CIEs, unos recursos humanos especializados y un protocolo que sea clarificador para todos: inmigrantes, ONG y fuerzas de seguridad del Estado, además de las administraciones responsables de su acogida, seguridad e identificación.  Y, sobre todo, debemos luchar despiadadamente contra la ideología del odio en Europa, incentivada por movimientos racistas o populismos xenófobos de una ferocidad aterradora.

Los energúmenos ya se han quitado los disfraces e incluso se jactan de su brutalidad. El Gobierno español no puede solo cambiar la situación, pero si debe proponer a Europa una visión solidaria, humanitaria y respetuosa con los derechos humano, movilizando también a los estados africanos origen de las migraciones para asociarlos a Europa y hacerlos corresponsables de la situación y de sus efectos en las personas. Porque son personas como nosotros los que vienen y, como nosotros, buscan siempre lo mejor para sus vidas y las de sus hijos. Así, que ¿con qué derecho dificultamos su objetivo? ¿Y desde qué moral? 

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