«La libertad reducida a puro egoísmo no es libertad» Victoria Camps
Lunes, 1 de septiembre.
Caminé a lo largo de la playa, el océano a mi izquierda. El sol recién salido y las nubes, la mañana de viento gallega, y puede que lo de 31 de agosto, asustaran a la gente. Nadie se cruzó conmigo. Acababa de llover. Caminé sin ropa y sin prisa, sin destino al que llegar, porque así se va por las playas. Tratando de disuadir a esa vocecita interna empeñada en conversar conmigo para que me dejara un poco en paz y fijándome en las olas. Las olas no se cuestionan. Se hacen y se deshacen, nunca nace otra igual. Tampoco se justifican. Caminé junto a las olas. Acababa de leer el artículo del Semanal, Victoria Camps, y su frase “La libertad reducida a puro egoísmo no es libertad” me acompañaba. El propósito individual, la defensa incesante del yo, sin la aspiración a un bien mayor, dejan de tener sentido. Las olas y el océano, pensé. Y volví sobre mis pasos. Pisé junto a cada huella. Repisé el verano. Vi el camino recorrido, avancé sobre mi historia. Las veces que me equivoqué, las que llegué más allá de donde pensaba; aquellas en que fracasé, todas las que me impulsaron y cada una donde me paré. Vi también otros senderos. No los míos, me susurré, deja los que son de otros. Caminé. La arena me acompañaba. Quítate del medio, me dije, ¿no ves que el ego te estorba? Dejé que avanzaran mis pies. Las olas tampoco se quejan.
Más tarde llovió otra vez. Recogimos el pareo y nos fuimos a comer. Si pregunto a mi IA por las tendencias sociales en la actualidad, me dice que «la adopción masiva de la propia IA», «la normalización del cambio climático» (¿puede alguien expulsar de nuestra raza a aquellos que siguen negándolo?) y «el auge de la polarización política» (lo dicho, que se vayan), pero no dice nada del empeño generalizado por terminar el verano antes de tiempo. Noventa y tres día dura, que nos queda casi un cuarto, y no se acaba en agosto ni a la vuelta de vacaciones. Parece que con esta estación de ilusión, de alegría, de luz, de noches infinitas, de verbena, de amores y deseo, de amantes todas, quisiéramos terminar antes que con las otras, y así vamos. Inflados de melancolía y empapados en sudor. Envidiosos de la carne, hijos de la tentación. Hipócritas espectadores y miedosos protagonistas de un mes que hasta el veintiuno seguirá siendo verano, por mucho que casi todos hablen ya de su final.
Yo, por si sirve de algo, reinvindico el movimiento de las olas al romper y decido soltar cabos. Libélula, lo pequeño, mantequilla y mariquita. ¡Y que suene Mellow Mood! Aún quedan muchas palabras antes de que llegue el otoño.
Victoria Camps
Fragmentos de una entrevista
Querer lo que uno hace es reflexionar sobre ese querer, más allá del deseo inmediato. Ahí entra la voluntad, que es distinta al deseo. La voluntad es querer desde la conciencia.
La afirmación del individuo como el centro de todo, muy propia de la filosofía occidental, es un progreso. Es afirmar que el ser humano es capaz de hacerse un plan de vida y esa libertad hay que protegerla y hay que luchar por ella. Pero el ser humano no es solo pura autonomía: es un ser realcionado, vive con otros. Plantearse la propia libertad es al mismo tiempo plantearse el bien de los demás. La libertad reducida a puro egoísmo no es libertad.
Quizá el problema más grave que tenemos hoy es la formación de un carácter virtuoso. Los códigos de conducta o éticos son el procedimiento moderno de plasmar la ética en unas normas, pero esto la hace demasiado similar el derecho. Los principios éticos se cumplen porque te los crees. Eso ocurre cuando la persona es virtuosa, y ha asimilado la justicia, la equidad, la valentía de hacer las cosas bien.
Se habla de soledad no deseada. La soledad se ha convertido en un problema endémico de esta sociedad. Es un problema de una sociedad egoísta, atomizada, donde las relaciones sociales tienen muchos flancos débiles y donde las familias se desestructuran. Pero es importante plantearse aprender a vivir en soledad, sacarle fruto. Hay que enfocarlo desde uno mismo porque eso no se improvisa, hay que cultivarlo, como el gusto por leer, por la música, el cine, el teatro…
Burke decía que lo único que hace que el mal prospere en el mundo es que los hombres buenos dejan de actuar. Tenemos que volver a la pregunta fundamental, qué debemos hacer. El primer paso es tomar conciencia de que muchas cosas funcionan mal. Si nos sentimos impotentes, es porque todo el mundo puede hacer algo. En el Holocausto no sabemos si la gente se enteraba de lo que ocurría. Hoy nos enteramos, no se puede ocultar. Y reaccionamos muy poco. Algún día nos mirarán a nosotros, cuando todo acabe.
Un comentario
Un respiro un tiempo y la soloded cultivada…
No dejes de escribir nunca que desde la distancia te seguiré leyendo.