Hágase en mí según tu palabra.
(Lc 1, 38)
Lunes 17 de abril. Tras un lunes sin palabras, hoy recuerdo el horizonte en silencio. El olivo frente a mí, sus hojas… la luna de madrugada reflejándose en el agua, acercándose al sueño ella mientras yo ya despertaba. La piel que roza mi piel. Pureza, belleza, verdad. La osadía de respirar como si se acercara la muerte. ¿Acaso hay otra manera de sabernos infinitos? Despojarnos del disfraz, apartar a un lado las máscaras. Invocar a la inocencia que siempre nos devuelve el juego y rendirnos a carcajadas. Habitarnos hasta el tuétano, dejar que me empape de gozo… y entonces mirarnos de frente -¡gracias mi amor por mostrarte!- para alzar nuestra plegaria desde una danza sagrada en un cuerpo contra cuerpo, corazón a corazón, antes de soltar apegos, y atrevernos a salir ahí fuera.
Bendita eres tú.
Bendito tú seas.
Ave María Magdalena, hágase en mí tu palabra. Que yo pueda ser tus manos. Tres honras en el ritual. Me postro, amor, ante ti. Me rindo ante el dios que te habita, conecto con mi divinidad.
Vosotros sois la luz del mundo. Que brille y que vean vuestras obras, que se glorifique a los cielos. Id a expandir la consciencia, obreros de la verdad. Firmes y humildes, semilla; madres, hijos, hombres, crías; presencia consciente, humanidad compartida. A la luz que se nos ha mostrado, debemos obedecer. Vayamos. Y no temamos más.
Que este lunes sea bueno.
Que tú estés bien.
El primer día de la semana, María Magdalena fue al sepulcro al amanecer, cuando aún estaba oscuro, y vio la losa quitada. Ella estaba fuera, junto al sepulcro, llorando. Mientras lloraba, se asomó al sepulcro y vio dos ángeles vestidos de blanco, sentados, uno a la cabecera y otro a los pies, donde había estado el cuerpo de Jesús.
Ellos le preguntaron: «Mujer, ¿por qué lloras?»
Ella les contestó: «Porque se han llevado a mi Señor y no sé dónde lo han puesto.»
Dicho esto, dio media vuelta y vio a Jesús, de pie, pero no sabía que era Jesús.
Entonces Jesús le dijo: «Mujer, ¿por qué lloras?, ¿a quién buscas?»
Ella, tomándolo por el hortelano, le contestó: «Señor, si tú te lo has llevado, dime dónde lo has puesto y yo lo recogeré.»
Jesús le dijo entonces: «¡María!»
Al reconocer su voz, ella se volvió y le dijo: «¡Rabboni!», que significa: «¡Maestro!»
Jesús le dijo: «Suéltame, María, que todavía no he subido al Padre. Anda, ve a nuestros hermanos y diles: “Subo al Padre mío y Padre vuestro, al Dios mío y Dios vuestro.”»
Entonces María Magdalena fue y anunció a los discípulos: «He visto al Señor y ha dicho esto.»
(San Juan 20,1.11-18)