Lunes, 3 de julio, al verano no hay quien lo pare.
Salitre en la piel, los azules, tus pies enterrados en la arena. La puesta de sol a las diez, el tiempo más detenido. Escribir sobre el verano es hacerlo sobre todos los veranos de la vida.
Un corazón es para gastarlo, escribe y me cuenta Raúl, y yo digo que esa frase podría convertirse en epitafio. Rebañar el corazón, darle cancha. En medio de tanta terapia, psicoanálisis, libros de texto, autoayuda y liderazgo, reivindicar el corazón a pelo. Sin barreras y sin ningún control. Corazón a bocajarro.
Como dice Rosa Elva, qué es eso del desapego. Si somos seres humanos. Si por mucho que queramos, hay veces que no nos callamos y aunque nos mordamos el labio inferior a sabiendas de lo que vendrá, que vamos a meter la pata, que la vamos a cagar, que querremos borrar luego lo que vamos a cascar y que siempre habrá un gilipollas que se encargue de recordarlo, pues es que se nos va la boca. A veces viene la vida y nos embiste de tal forma que se nos olvida lo que estamos haciendo y reaccionamos, sí, reaccionamos, exactamente como los demás, e incluso más transparentes. Y eso, aunque no nos guste, también somos. La rabia ante una traición, los reproches por escrito en mensajes ilegibles, a las tantas de la mañana, cuando estás tan destrozado que no aciertas ni con el verbo y ahí se queda entonces, mal puesto, vomitado, que se joda todo, hasta la gramática, como un escupitajo. Como cuando se emorronaba el papel ahora se alteran las letras porque las lágrimas impiden escribir bien y al día siguiente una quiere corregirlo por el impacto que causa. Pero hay que echarle un par de ovarios. Y de huevos. Yo también soy eso. Y así como te quise, sin explicación que valga, sin frenos, ahora te lloro a rabiar.
Lo del corazón para gastar. Y lo del desapego.
Y a veces luego, pedir disculpas. Arrepentirnos, jamás.
Que este lunes sea bueno.
Que tú puedas estar bien.
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Todas las cartas de amor son
ridículas.
No serían cartas de amor si no fuesen
ridículas.
También escribí en mi tiempo cartas de amor,
como las demás,
ridículas.
Las cartas de amor, si hay amor,
tienen que ser
ridículas.
Pero, al fin y al cabo,
sólo las criaturas que nunca escribieron cartas de amor
sí que son ridículas.
Quién me diera en el tiempo en que escribía
sin darme cuenta
cartas de amor
ridículas.
La verdad es que hoy mis recuerdos
de esas cartas de amor
sí que son ridículos.
Todas las palabras esdrújulas,
como los sentimientos esdrújulos,
son naturalmente
ridículas.
Todas las cartas de amor son ridículas
Fernando Pessoa