Lo viejo muere y lo nuevo no termina de nacer. Por Ángel Luis Jiménez

«El viejo mundo se muere, el nuevo tarda en aparecer y en ese claroscuro surgen los monstruos» decía Antonio Gramsci. Al mismo tiempo se está cumpliendo, por supuesto en un contexto distinto al de 1848, la frase de Karl Marx: «Todo lo solido se desvanece en el aire». 

Ciertamente estamos encallados en un «interregno» donde se ha extendido una fuerte desconfianza ciudadana hacia las instituciones y las elites, se constata la erosión y fragmentación de los sistemas de partidos dominantes de las décadas anteriores, se produce el éxito electoral de outsiders que medran en ese escenario de desafección y hay un ascenso de fuerzas iliberales y de extrema derecha. 

Dicho lo anterior, ya disponemos de perspectiva suficiente para calibrar la devastación causada por la Gran Recesión de 2008 y saber que sus consecuencias no han terminado. Vivimos una época de gran fragilidad institucional y fragmentación social. 

Aunque lo interesante del asunto es que el sistema neoliberal ha muerto (el intervencionismo de los Estados no deja de aumentar pese, paradójicamente, a su debilidad) pero no ha sido reemplazado. Los mecanismos fiscales siguen estafando a los más débiles y los ricos son cada vez más ricos. El pesimismo y la nostalgia marcan nuestro tiempo. 

En Europa, los dos países donde más se amplió el abismo entre ricos y pobres con la Recesión fueron Reino Unido y España. No es casualidad que en el Reino Unido se convocaran dos referendos, uno sobre la independencia de Escocia (2014) y otro en 2016 sobre la salida de la Unión Europea (Brexit), con las consecuencias ya conocidas. 

Mientras el producto interior bruto de España en 2022 ha crecido un 5,5% respecto a 2021, el Reino Unido es el único país del G7 -las siete economías más avanzadas del mundo- que no ha recuperado el nivel anterior a la pandemia. De hecho, según la OCDE, es el único que ha decrecido desde finales de 2019 -el último dato disponible, el del pasado noviembre, apunta a un 0,1% de crecimiento-. 

Pero, ¿el Brexit trajo la inestabilidad política o fue su consecuencia? En cualquier caso, los expertos señalan claramente la relación entre la “italianización” del Reino Unido, en relación con las continuas crisis de gobierno y su declive económico. La inestabilidad política ha jugado su papel, también muy relacionada con el Brexit. 

Un desastre así no debería haber ocurrido y resulta impropio de un país con tanta riqueza y talento. Sin embargo, el destino del Reino Unido post-brexit debería ser una advertencia para todos aquellos políticos de la derecha tradicional en Europa que, o bien han unido sus manos a los demagogos de la extrema derecha, o bien, como Diaz Ayuso en España, amplifican su retórica. 

Males viejos y males nuevos, la suma necesaria para una tormenta perfecta. Junto al deterioro de su estabilidad política interna, están sus malas relaciones con el resto del mundo, especialmente con Bruselas, donde ya vamos por la duodécima ronda de negociaciones entre el Reino Unido y la UE, sin resultados visibles, sobre la futura relación con Gibraltar. 

Así que, empresarios, ciudadanos y expertos han comenzado a hablar clara y abiertamente en el Reino Unido del tiro en el pie que supuso el Brexit. Dos terceras partes de los británicos, según las encuestas más recientes, son partidarios de celebrar otro referéndum para reconsiderar la decisión de abandonar la Unión Europea. 

Pero no se ponen de acuerdo en la fecha, porque la división y la visceralidad que introdujo ese debate entre los ciudadanos los lleva a querer esperar unos años para que las heridas cicatricen. Sin embargo, son los políticos los que se niegan a hablar del asunto. Sortean como pueden este elefante en medio de la habitación que el resto de los ciudadanos ven con absoluta claridad. 

Y repiten, una y otra vez, comenzando por su líder y candidato laborista, Keir Starmer, que va camino de ser el próximo primer ministro, que está fuera de la mesa tanto un reingreso en la UE como una vuelta a su Mercado Interior o a su espacio común aduanero, con la recuperación de la libertad de circulación de personas que permitió la llegada durante años de trabajadores comunitarios de los que ahora carecen. 

Según su Oficina Nacional de Estadística, el mercado laboral británico ha perdido 460.000 trabajadores procedentes de la UE. Situación que no se compensa con los 130.000 que se han incorporado de otras zonas del mundo. ¿Ocurrirá igual en Gibraltar con la mano de obra española? ¿Podrá ésta ser sustituida si no hay acuerdo con trabajadores de otras zonas del mundo? 

Pese a lo dicho, los políticos británicos siguen autoalimentándose con las fantasías patéticas del Brexit o de la Gran Bretaña Global. Los laboristas a los que las encuestas auguran una victoria cómoda en las próximas elecciones, siguen pensando en el Brexit. Nick Thomas-Symonds, el diputado-portavoz de Comercio Exterior del Partido Laborista, resalta estos días en la prensa, que “lo que decimos ahora es que, para recuperar el control del país, lo importante es centrarse en mejorar la vida de las distintas regiones del Reino Unido y lograr que el Brexit realmente funcione”. 

Pero faltan casi dos años para las elecciones, y tanto el Gobierno como la oposición se limitan a repetir mantras similares -responsabilidad fiscal, apuesta por la innovación, economía verde, nivelación de la riqueza entre regiones- sin aportar ninguno de ellos una visión completa de sus aspiraciones futuras. Consuelo pasajero para un país cuyos males económicos estructurales, como el dinosaurio del cuento de Monterroso, seguirán ahí cuando despierte de la pesadilla del Brexit, pero también del problema con España y la Verja de Gibraltar. 

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