Viento de Levante ¿Amor o castigo? Por María Caballero

Me pregunto qué tiene el viento de Levante para detenerse tanto en Tarifa, y qué tenemos los habitantes de Tarifa para permanecer aquí a pesar de tanto viento.

En Cádiz hay 165 días de Levante al año. Suele soplar con más frecuencia de primavera a otoño, pero es impredecible como casi todo en esta tierra. De hecho, estamos en pleno invierno y llevamos ya más de dos semanas con Levante fuerte, una Levantera en toda regla, esta vez con avisos por fenómenos costeros y otros ingredientes como la calima, que engulle la luz habitual y deja un cielo de leche cortada y un mar piel de rata.

Las explicaciones científicas sobre la mayor incidencia del Levante en Tarifa son diversas. Tiene que ver con la geografía de la zona, el embudo que se forma entre los dos continentes y las diferencias de presión y temperatura entre el mar y el océano.

A mí me gusta ver a la Levantera como una amante fogosa entre dos “amares”, que se entrega apasionada al Mediterráneo y al llegar a casa es recibida por un Atlántico celoso. Éste le manda como castigo a su ejército de olas y después de luchar con ellas, se funden en un abrazo blanco de sal y espuma.

Cuando sopla fuerte el Levante, las sábanas tendidas se escapan y se van a Tanger de fiesta, se arrancan de cuajo las antenas y tenemos que enfrentarnos a los libros o al silencio. Las puertas se descoyuntan y los espíritus se manifiestan dando portazos en las casas vacías. Las palabras de amor susurradas pueden llegar a destinatarios imprevistos, los peces se aferran a las redes, los pájaros se agotan de batir las alas para permanecer quietos o se dejan llevar y visitan a sus primos de América. Cuando sopla el Levante de veras, a las raíces les crecen uñas para aferrarse a la tierra, la playa deja al descubierto sus cadáveres exquisitos, y si las madres se despistan unos instantes, pierden a sus hijos sepultados en la arena.

El Levante seca las plantas pero también permite que se sequen las paredes, la ropa tendida y la humedad que habita en todos los objetos. El Levante es también responsable del paisaje que amamos, de la arena tan blanca a fuerza de ser batida, de las dunas y de las playas desiertas. El Levante deja la orilla limpia de almas y de algas, el mar se viste con su mejor traje turquesa y todo brilla con una luz tan pura que ciega. El Levante llega cuando la playa quiere estar a solas y no puede estar más bella

Tengo mis sospechas de que algunos veranos, la Levantera llega como respuesta a una petición inconfesable de algunos habitantes al ver las playas llenas de sombrillas, neveras y despedidas de soltero.

Hay una creencia popular de que en Tarifa hay muchos locos a causa del viento, pero yo creo más bien que las personas que amamos este lugar y lo hemos elegido para vivir, no estamos del todo cuerdos (aprovecho para recomendaros, si no lo habéis leído, el último libro de Rosa Montero: El peligro de estar cuerda). El lugar elige a sus habitantes, y Tarifa no elige ni atrae a personas convencionales que se mueven cómodas en la rutina y que necesitan un entorno inmutable y previsible. De hecho, esas personas cuando llegan a Tarifa buscando sol  y playa y les sorprende una Levantera, se van espantadas y murmurando que hay que estar loco para vivir o pasar las vacaciones en un lugar dónde pincha la arena.

Algunos estudios antropológicos demuestran que es la fuerza y el ruido del viento lo que altera el sistema nervioso de las personas. También apuntan que las reacciones de conducta pueden ser más violentas los días de viento, porque el viento potencia los instintos más primarios. Pero no todos los instintos primarios tienen qué ser negativos. El sistema establecido pretende que nos alejemos de nuestro instinto para tenernos mansos y controlados. Es preferible recuperarlos, aunque a veces duelan, porque es la única forma de vivir de una vida que merezca la pena.

Los practicantes de wind surf y los profesionales del kite surf lo saben, se entregan al Levante sin reservas y son premiados con vuelos imposibles sobre las olas. Aunque no sepa navegar, suelo aprovechar el viento para escuchar lo que se me mueve en el cuerpo, gritar en la playa a pleno pulmón, conectar con mi vulnerabilidad y mi lugar en la naturaleza, dejar que la arena me despierte la piel con su caricia de agujas pequeñas, escuchar los mensajes que me trae el Levante de otros lugares y otras épocas, renovar todo el aire que me queda en los pulmones, dejar que me empape el mar en el camino de la Isla, bailar en contra y a favor del viento, tener encuentros apasionados, pasear por el campo escuchando la melodía de los árboles o encontrar esculturas mutantes en la arena.

Tarifa es millonaria en viento, y en vez de ver en ello una debilidad, podemos hacer del viento nuestra fuerza. El viento ya atrae a practicantes de deportes de viento, pero también es una fuente inagotable de energía renovable, y puede serlo también de innovación, creatividad y belleza.

El viento de Levante tiene su opuesto en el Poniente, y forma parte de esa dualidad única en el mundo que caracteriza a Tarifa: lugar de encuentro de dos mares, dos países, dos vientos, dos continentes. Este tema da para mucho, pero por el momento, a día de hoy, estoy feliz de que el Levante me dé una tregua. Ya tengo el pelo enredado, el ego en su sitio, la orilla bailada, el instinto a punto y la colada seca.

Foto y video Ben Welsh

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